Es imposible para el hombre ver a Dios en este mundo y comprender Su naturaleza real. Esto es porque la mente y los sentimientos del hombre son limitados. Ellos no son lo suficientemente grandes para comprender la verdadera naturaleza de Dios. Sin embargo, el hombre puede permitirse comprender Su existencia y unidad mirando a las criaturas, y conocer Su poder ilimitado y Sus otros atributos y nombres.
Por lo tanto, Dios nos ha prohibido pensar sobre Su personalidad y sobre Su verdadera naturaleza. Él nos ordenó, sin embargo, conocer Su existencia y unidad y Sus atributos y nombres.
Lo siguiente viene declarado en un hadiz:
“Mirad los cielos y la tierra y miraos a vosotros mismos con el fin de comprender la existencia y la unidad de Dios; y pensad acerca de la perfección de Su creación que fascina a la mente y que no puede ocurrir por sí sola. Ella es un signo que muestra la existencia y unidad de Dios.
Sin embargo, no debemos pensar acerca de la personalidad y la auténtica naturaleza de Dios. ¿Es Dios de esta o de aquella manera? ¿Cómo Él ve y oye? Vuestra capacidad no será suficiente para ello. No importa lo duro que lo intentéis, no podréis conocerle o comprenderle bien. Os volveréis confusos. Vuestros criterios de conocimiento y experiencia no os bastarán”.
Si pensamos sólo un poco podemos entender que, a través de nuestras mentes, es imposible comprender la auténtica naturaleza de Dios. No se espera que el pollo conozca el mundo que existe fuera del huevo. La mente humana no es diferente del pollo en el huevo en términos de conocer el magnífico universo y los reinos que existen en él y que Dios ha creado.
De este modo, no es posible para la mente, con su comprensión extremadamente limitada, entender la verdadera naturaleza del Ser que creó el universo.
Mehmed Kırkıncı explica este asunto de la manera siguiente:
«Supongamos que un hombre viviera en una cueva y no viera la luz y fuera sacado de la cueva muy pronto por la mañana antes de que el sol saliera. Cuando al hombre, que estaría deslumbrado por la luz que comenzaba a aparecer, se le dijera que ésta procedía del sol, él preguntaría acerca del sol e intentaría conocerlo.
Resulta obvio que, con independencia de cómo el visualizara el sol en su imaginación, él no podría comprenderlo e imaginaria cosas distintas cada vez que pensaba en él. El compararía el sol a las cosas que hubiera visto a su alrededor en la cueva y cada comparación sería errónea.
Si crear en el sol fuera una creencia fundamental para ese hombre, al tratar de imaginar el sol, sin importar cómo lo hiciera, el cometería un acto de politeísmo. La única cosa que él podría hacer sería comprender que la luz procedía de un sol, pero él no podría conocer la auténtica naturaleza de este último. En realidad, la creencia que se espera de él es justamente ésa.
Como el hombre del ejemplo no puede comprender el sol, el hombre no puede conocer la auténtica naturaleza del sultán llamado «espíritu» que gobierna su cuerpo. Aunque sabemos que nuestro cuerpo está dotado de espíritu, que el cuerpo se colapsará cuando el espíritu lo abandone y que el espíritu ve el mundo a través de la ventana del ojo, escucha el mundo de los sonidos a través del instrumento del oído y lo prueba todo a través del sentido del gusto, no conocemos la naturaleza real del espíritu. Digamos lo que digamos sobre su auténtica naturaleza, esto será contrario a la verdad. Y con independencia de cómo imaginemos la naturaleza del espíritu, cometeremos errores sobre él.
El hombre, que es demasiado débil para comprender la identidad del sol, que no ha visto antes, y que es demasiado ignorante para conocer la auténtica naturaleza de su propio espíritu, no puede comprender en forma alguna al Majestuoso Creador y al Perfecto Dueño de todas las esferas de la existencia y que es libre del tiempo y el espacio; sería un error y una locura el tratar de comprender Su naturaleza. Esto es un pensamiento aberrante que haría al hombre caer en el politeísmo. (Hikmet Pırıltıları: Los brillos de la sabiduría).