
La crisis ecológica nos recuerda constantemente la urgencia de un cambio profundo en nuestros estilos de vida. Pero más allá de las políticas y las innovaciones tecnológicas, se abre otro camino, más interno: el de la espiritualidad. Y en este ámbito, el islam tiene mucho que decir. Mucho antes de que existiera la palabra «ecología», el Corán ya sentó las bases de una relación armoniosa entre el hombre y la naturaleza. Los seres humanos no son descritos como propietarios, sino como administradores: «Él es quien os estableció en la tierra como administradores» (Sura 6, versículo 165). Esta idea del califato —la responsabilidad humana hacia la creación— expresa una ética de respeto y moderación, muy alejada de las relaciones de poder que caracterizan la modernidad industrial.
El islam exige moderación. «Comed y bebed, pero no os excedáis» (Sura 7, versículo 31), continúa el Corán. Este llamamiento a la moderación no se limita a la comida: se extiende al consumo, la producción y la relación con la tierra. El exceso, el desperdicio y el exceso material se denuncian como formas de desorden —fassad— que alteran el equilibrio mundial, el mizan. El Profeta Muhammad (PB) ejemplificó esto en su vida diaria: prohibió el desperdicio de agua, incluso para las abluciones, y alentó la plantación de árboles. Un hadiz relata: “Si llega el fin del mundo y tienes una planta en la mano, plántala de todos modos”. Estos gestos, sencillos y simbólicos, reflejan una espiritualidad de cuidado y responsabilidad.
En los últimos años, un número creciente de musulmanes ha redescubierto esta dimensión ecológica de su fe. Están surgiendo mezquitas “verdes” en todo el mundo, con paneles solares, huertos comunitarios y programas de concienciación. Las campañas promueven un iftar más sobrio y ético durante el Ramadán. Otros se involucran en asociaciones ambientales, inspirándose en los valores de justicia y solidaridad que son la esencia del mensaje coránico. Para muchos, este regreso a lo básico no es solo ecológico: es espiritual. Proteger la naturaleza también significa redescubrir una relación correcta con el Creador. “La Tierra es una mezquita”, dijo el Profeta; en otras palabras, un lugar sagrado donde cada acción cuenta.
En un mundo donde la crisis ecológica es también una crisis de sentido, el islam puede ofrecer otra forma de pensar en nuestra relación con los seres vivos: no en términos de dominación, sino de servicio. No se trata de un discurso moralista, sino de una visión del mundo donde los hombres están llamados a vivir en armonía, no como conquistadores. Devolver esta sabiduría olvidada a su lugar legítimo quizás contribuya a cambiar nuestra forma de habitar la Tierra: con humildad, lucidez y gratitud.





















