La llegada de la selección marroquí a las semifinales del Mundial de Fútbol, una primicia en África y el mundo árabe, es un logro histórico. Envía a los jóvenes un mensaje de esperanza y exalta los valores de la solidaridad, la cohesión, el sacrificio y el trabajo duro, así como la determinación ante los desafíos. Estos valores no tienen precio y nos dan una lección para reflexionar.
Con su postración, símbolo de humildad, los jugadores marroquíes demostraron después de cada partido el respeto a sus oponentes y sus seguidores.
En su afán después de cada partido por ir a agradecer a sus padres y madres con amor, ternura y respeto, expresaron su agradecimiento a quienes los criaron, educaron y les inculcaron valores y principios. Hacerlo frente a millones de niños es un mensaje fuerte y apreciable.
La afición marroquí en Qatar también sorprendió a los organizadores con su notable sentido cívico, el de no abandonar el estadio sin haber limpiado las gradas donde estaban instalados.
Los partidarios de Marruecos expresaron su alegría y su orgullo con calma y serenidad. La policía no tuvo dificultad para encauzar las procesiones y organizar el tráfico.
También en España, la gran mayoría de los simpatizantes de la selección marroquí dejaron estallar su alegría con calma y respeto.
El comportamiento nocivo e inaceptable de una minoría en determinadas localidades de Bélgica es la negación misma de este ideal que anima a todos los marroquíes, jugadores y aficionados, el de la humildad, el respeto al prójimo y a sus derechos, incluida esa tranquilidad y el ir y venir sin obstáculos o preocupación.
Esperemos que todos los seguidores marroquíes, sin excepción, continúen estando a la altura de este ideal que da una imagen luminosa de Marruecos y de los marroquíes.
Este acontecimiento futbolístico mundial debe recordarnos ante todo que la humanidad es UNA en su esencia plural, en su diversidad de orígenes y religiones. También es una herramienta para conocerse, respetarse y apreciarse.