¡Qué bella parece la tierra en estos tiempos de encierro de la mitad de los hombres! Ella está descansando de nosotros, los pobres, que la pusimos a prueba en este último medio siglo como no se había conocido desde el Diluvio (la catástrofe más grande de la historia).
Somos muy pequeños cuando vemos aquello a lo que nos ha reducido al Covid-19. Pero somos los culpables de lo que le hemos hecho a la Tierra en tan poco tiempo. Se supone que somos los sucesores de Dios en la tierra según una expresión coránica, pero en la práctica trabajamos con tesón para hacerla inhabitable.
¿Cuánto duraríamos si la Covid-19 persiste en confinarnos en nuestros hogares para evitar que tome posesión de nuestros pulmones y nuestro planeta? En un momento determinado, menos de un año, las posibilidades de morir por algo distinto a este virus (erradicación de todos los mecanismos económicos, dislocación social, desorden mundial, recurso a la violencia de individuos y Estados, etc.) obligará al mundo a convivir con el virus sea cual sea el precio a pagar que, en cualquier caso, será más bajo que el engendrado por el caos universal.
No sabemos si estamos en la víspera del fin del mundo, pero todos esperan en el fondo de su casa una nueva oportunidad y un nuevo comienzo y sueñan con estar pronto en el amanecer de un renacimiento que vería a la especie humana arrepentirse y embarcarse en la construcción de un nuevo mundo sobre unas nuevas bases morales, económicas y políticas que las del mundo anterior al Covid-19.
El coronavirus es, desde este punto de vista, una bendición para los hombres. Está cambiando su forma de vivir y pensar: ¿cómo conciliar en el futuro el interés colectivo y el individual dentro de las sociedades y en las relaciones internacionales? ¿Podemos vivir con el capitalismo, el nacionalismo y la democracia tal y como se han practicado hasta ahora?
Musulmanes, cristianos, hindúes, budistas… todos trabajan incansablemente para desarrollar los medios de salvar a la humanidad. Cuando lo hayan encontrado, cuando el peligro haya pasado, nosotros, los musulmanes, sin duda deberíamos agradecerle a Dios por haber superado esta crisis.
No fueron solo terremotos, tsunamis, erupciones volcánicas, meteoritos y las plagas infligidas en Egipto durante el tiempo del Profeta Musa los métodos operados por Dios para provocar cambios en el mundo. También está el coronavirus y mañana quizás otro de sus congéneres.
El mundo probablemente no esté en su final, pero está en un punto de inflexión que, si no se negocia bien, terminará en un caos. Si hay un nuevo comienzo, tendrá que surgir de un orden ético universal que unifique a los hombres al hacer converger sus valores, sus enseñanzas, sus intereses, sus derechos y sus deberes y favorezca la construcción de una hermandad universal.