
Como extranjero en un país
nuevo, lo primero que importa es aprender el idioma y perfeccionarlo.
Sin embargo, el aprender y perfeccionar un idioma no debería
ser un proceso de sufrimiento o que dé ansiedad al alumno teniendo
en cuenta que no es su idioma nativo y hay que agradecer cualquier
esfuerzo hecho en este proceso largo de aprendizaje.
Bueno,
esta es una visión platónica o utópica y deseamos que cada uno
tenga una experiencia positiva, pero por desgracia hay malos momentos
y bullying, este término inglés que se refiere al acoso escolar
para molestar, hacer daño psicológico o físico intencional.
En
mi caso, la discriminación o el bullying me lo hizo gente extranjera
igual como yo. ¿Extraño no?
Pues, sí. Es muy curioso y me
recuerda al complejo del extranjero, que plantea la necesidad
imperiosa de hablar como un nativo y perfeccionar su acento en
cualquier idioma y si uno no sabe hacerlo, pues realiza una imitación
falsa solo para pretender que ha llegado al nivel del nativo. Esto
implica también meter palabras o términos de este nuevo idioma
aprendido en la conversación diaria de su idioma nativo.
Estoy
segura que os suena este complejo social y que lo habéis visto algún
día en el colegio o en la universidad y, por supuesto, el resultado
no es muy agradable.
Esto me ocurrió cuando empecé un curso
de estudios superiores con otros compañeros, todos igual que yo
extranjeros y para los cuales el español era su segundo idioma. Para
mí es el tercero y como yo practicaba y estudiaba más mi segundo
idioma me resultaba más difícil practicar el español.
Yo
como buena alumna seguía todo lo que me enseñaron en el Instituto
Cervantes y una de las primeras normas de mi profesor allí era: no
eres nativa y es normal que tengas un acento diferente a la hora de
hablar el español y también lo es que cometas errores en la
pronunciación hasta que te salga todo bien.
Pero llegaba a
clase y escuchaba comentarios y observaciones de que la E que
pronunciaba no se parecía mucho a la E española y que tenía que
dejar de pronunciar de ese modo a la E.
Al principio,
escuchaba todos estos comentarios con amabilidad y pensaba que a lo
mejor eran un consejo que me ayudaría a mejorar la pronunciación y
la práctica del español. Pero resulta que cuanto más los aceptaba
más agresivos se volvían los comentarios. De este modo, no eran un
consejo para el aprendizaje, sino solo una forma de hacer bullying
pero por desgracia entre adultos en un curso de posgrado.
Me
di cuenta que el propósito de fijarse en mis errores era el de
hacerme sentir incómoda de una manera u otra y que las personas que
realizaban esos comentarios no hablaban ni pronunciaban perfectamente
el español. Y, por otro lado, cuando empezaba un curso de
conversación para practicar el idioma con un profesor nativo, me
decía: “¡Qué bien hablas el español!”.
Y no solo él,
en la cafetería cuando pedía algo o hablaba y conocía gente por
primera vez, los nativos apreciaban más el hecho de que un
extranjero pudiera hacer un esfuerzo y aprender su idioma y entendían
perfectamente mi acento. En ese momento tenía una doble sensación
de alivio y de curiosidad.
Empezaba a pensar si fuera tan
mala mi pronunciación, ¿cómo es qué toda esa gente me entendía,
me decía que hablo el español bien y encima eran nativos?
Ya
lo entendía todo. Se trataba de discriminación o bullying que
procedía de gente extranjera, igual que yo.
Después de
pasar casi todo el año académico España, conté mi experiencia a
una amiga que estudiaba un curso de posgrado en otro país europeo y
me comentó que todas las experiencias de discriminación que ella ha
tenido habían sido siempre con gente extranjera.
Y lo más
curioso es que en el país donde reside ella la ley permite la
contratación de extranjeros en las oficinas de extranjería para
poder entender mejor a los solicitantes y hacer que exista más
empatía hacia ellos. Sin embargo, lo que hacen allí los
funcionarios extranjeros es complicar la vida, y, como me comentó mi
amiga, “los nativos nos tratan mejor y hacen los trámites más
rápido”.
Al final, no hay una ley o una costumbre que nos
pueda evitar la discriminación o el bullying, pero el compartir
nuestras experiencias genera sensibilización y siempre nos da
fuerzas y nos ayuda a entender mejor que no estamos solos.