
Han pasado nueve años desde la revolución en Túnez, la Revolución de Jazmín, como la llamó el pueblo tunecino. Desde ese momento, los tunecinos probaron que su revolución fue la más exitosa entre las revoluciones de la llamada “primavera árabe”, dado que las otras contribuyeron a la destrucción en gran medida de las capacidades de los países donde tuvieron lugar.
El pueblo tunecino ha demostrado que, entre todos los pueblos árabes, ha sido aquel en el que están más arraigados los principios democráticos y seculares. Desde la época de Habib Bourguiba, este fenómeno ha influido en su cultura, incluso teniendo en cuenta la presencia notable del Movimiento del Renacimiento de Túnez (An Nahda), que sigue la tendencia islamista y se encuentra vinculado a la Hermandad Musulmana. An Nahda aceptó la transferencia democrática del poder y no presentó un programa típico de la Hermandad Musulmana como el implementado por esta misma organización en Egipto.
La experiencia tunecina es la más cercana al movimiento islamista de Turquía, que apoya un Estado secular aunque defiende ideas y principios religiosos.
Un punto importante es que las transformaciones en Túnez han venido impulsadas por el pueblo y no por la autoridad. Esta forma gradual en que la sociedad se transforma viene dada por sus propias acciones y no por las del gobierno. Esto es lo que llevó a Túnez al final a esa democracia en términos de participación y libertad de opinión.
Hay pocos ejemplos similares en otros países árabes. Uno reciente es Sudán, que salió victorioso de una revolución, que derrocó al presidente Omar al Bashir y permitió a la población lograr muchas de sus demandas
Sin embargo, en la Revolución egipcia de febrero de 2011, que consideró una de las mejores revoluciones en la historia de la humanidad, se desperdició la voz del cambio debido a que la Hermandad Musulmana tomó el poder y gobernó conforme a sus intereses y no a los del pueblo. Esta experiencia terminó con el golpe de Julio de 2013, que derrocó al presidente Mohammed Mursi. En la actualidad, el pueblo egipcio se ha vuelto más cauteloso y exige ahora principalmente seguridad y el suministro de alimentos. Muchos egipcios creen que la alternativa al poder es la Hermandad Musulmana y que un gobierno de esta fuerza no contribuiría al desarrollo sino que conduciría a la fragmentación de la sociedad. De este modo, la revolución egipcia, que se consideró la más importante del mundo árabe, ha terminado en un fracaso y en un retorno al autoritarismo.
En Argelia, ha habido recientemente protestas, pero el pueblo argelino es muy cauteloso debido a la guerra civil que el país vivió en los noventa. Argelia busca afianzarse en el grupo de las naciones que buscan progreso y el fin del nepotismo y la corrupción, aparte del desarrollo económico.
Con respecto al impacto de la intervención de factores externos en los asuntos internos de las revoluciones de la primavera árabe, cabe señalar que cuanto más alejados estén los países de la entidad sionista, menor será la presión que soporten. Por ejemplo, lo que sucedió en Túnez se vio favorecido por una menor presión extranjera que lo que sucedió en Egipto y otros países.
Las revoluciones buscan hacer avanzar a los países y no detenerlos. Sin embargo, las ocurridas durante la “primavera árabe” supusieron en ocasiones una marcha atrás para algunos pueblos y una división de sus comunidades por motivos étnicos o religiosos. El caso de Túnez ha sido y sigue siendo diferente.