“El mes de Ramadán, en el cual fue hecho descender el Corán, como una guía para la gente, como indicaciones claras de la Guía y del Discernimiento”. (2:185)
Este versículo coránico de la Sura 2 muestra tanto la importancia del mes de Ramadán como el carácter indispensable y útil del Corán en la vida íntima, individual y comunitaria del musulmán. El Corán se basa esencialmente en la afirmación de tres principios: la afirmación de la unicidad de Dios, la de la misión profética de Muhammad (PB) y la afirmación de que la resurrección y el Más Allá son una realidad indiscutible. Este conjunto de principios da un sentido profundo a la vida del musulmán.
Le recuerda la observancia de los deberes hacia Dios, los llamados actos de adoración (al-ibadat) y la de otros deberes hacia los hombres, es decir, las relaciones interpersonales (al-muamalat).
El Corán encarna para el musulmán la palabra de Dios revelada al Profeta del Islam (PB), que transmitió e implementó todas sus enseñanzas. Es un libro sagrado que es infalsificable y no contiene ambigüedad o contradicción. Por tanto, el Corán sigue siendo la prueba más contundente de la veracidad del mensaje del Profeta del Islam (PB).
Contiene tanto el mensaje en sí como su confirmación, es decir, la apelación y la prueba. Aquellos de los creyentes que se aferren a él encontrarán su salvación aquí abajo y en el Más Allá; los que se aparten de él estarán entre los perdedores.
El Corán también nos recuerda el lugar eminente del Mensajero de Dios, al mismo tiempo Profeta, modelo y guía. Aisha, la esposa del Profeta del Islam (que Dios esté complacido con ella), nos ofreció la fórmula pertinente: su carácter era el Corán. Vivió del resplandor de la Revelación en su vida espiritual, social y humana.
El Profeta del Islam legó a la posteridad una religión de puro monoteísmo; creó un Estado liberado de la anarquía, estableció una armoniosa coordinación entre lo espiritual y lo temporal, entre la mezquita y la ciudadela; dejó un nuevo sistema de derecho, que imparte justicia imparcial, al que el propio jefe de Estado está sujeto de la misma manera que un hombre común, y donde la tolerancia religiosa llega tan lejos que los habitantes no musulmanes del país islámico disfrutan de total autonomía jurídica y cultural.
En esta perspectiva, los gobernantes de nuestro tiempo tienen la responsabilidad de servir a sus conciudadanos y no de servirse a sí mismos, como atestiguan numerosos ejemplos. Deben mostrar dulzura, compasión y justicia hacia sus administrados, no porque sean privilegiados, sino porque tienen responsabilidad en la gestión de los asuntos colectivos; son simplemente administradores de bienes públicos, no propietarios de esos bienes.
Todas las dimensiones de las enseñanzas coránicas y proféticas llaman a los hombres a captar la extensión del poder de Dios y a adoptar la actitud adecuada hacia Él. El Corán evoca en varios de sus capítulos la grandeza de Dios y las pruebas que son los esplendores de la creación. Vemos así el lugar eminente que el Corán debe ocupar en el corazón y en la práctica del creyente. Por eso es esencial que todo musulmán y cada musulmán lo aprenda, lo lea, se impregne de él, se ajuste a sus enseñanzas y medite sobre él.
En este contexto, el mes de Ramadán, el mes de la espiritualidad, ofrece una excelente oportunidad para que los musulmanes maximicen tantos beneficios como sea posible leyendo, escuchando y profundizando en el Corán. Ibn Abbas (compañero y primo del Profeta, que Dios esté complacido con él), informa que el ángel Gabriel vino todas las noches durante el mes de Ramadán para encontrarse con el Profeta Muhammad (PB) para hacerle recitar el Corán (Hadiz reportado por Bujari)
También debe recordarse que los lectores asiduos del Corán serán recompensados por su lealtad en el Más Allá y las suras vendrán a interceder en su favor, en particular las suras 2 (Al-Baqara) y 3 (Al-Imran) que contienen grandes beneficios para quien sabe meditar sobre ellas.
El esfuerzo y el ardor de quien sobresale en la recitación coránica lo pondrá en compañía de los ángeles. En cuanto al que se esfuerza por perfeccionar su lectura pero tartamudea, recibirá dos recompensas: una por su lectura del Corán, la otra por la dificultad que encuentra y el esfuerzo que pone. El creyente que lee el Corán disfruta de tantos beneficios internos como externos. Las virtudes del Corán son inmensas. Depende de cada uno de nosotros aprovecharlas al máximo.
Asimismo, conviene en este período particular multiplicar las peticiones de perdón (istigfar) y de arrepentimiento (tauba), la asistencia a los necesitados (Somalia, Palestina…), el amor y la atención hacia los padres, los familiares y todos quienes lo esperan de vosotros, la multiplicación de las oraciones supererogatorias (nawafil) sabiendo que rezar de noche mientras los demás duermen constituye un factor de excelencia humana altamente aprobado por Dios.
También vale la pena recordar el favor excepcional de las últimas diez noches de Ramadán, entre las que aparece muy a menudo la Noche del Destino (Laïlatul Qadr), cuya escala en los actos de adoración a Dios supera la de 83 años de vida religiosa.
Además, nunca olvidemos la terrible fecha límite de la muerte y que algún día debemos rendir cuentas por nuestras acciones. Como resultado, tienes que enfrentar tus debilidades, al igual que tus tentaciones, y tienes que esforzarte constantemente en ti mismo (yihad an-nafs) para permanecer en el camino de la aprobación de Dios.
En uno de sus poemas, Baudelaire decía que “La mayor treta del diablo es hacernos creer que no existe”. Debemos estar atentos y saber evitarlo. Cualquier acto de adoración a Dios es una oportunidad para entrenar el alma para vencer sus más bajos deseos y abstenerse del mal. El recuerdo de Dios es el medio más grande para lograrlo.