La Meca y Medina: historia de un viaje improvisado y sagrado

Autor: Yussuf Abdul

Recientemente, fui agraciado con la posibilidad de ir a los santos lugares del Islam: Meca Al Mukarrama y Medina Al Munawara. Corría principios de diciembre del año pasado, cuando desde mi trabajo radicado en Estambul tuve la oportunidad de ir a Arabia Saudí. En este caso era a Riad, pero como cualquier musulmán, yo solo pensé en estas fantásticas ciudades, su historia, su patrimonio y, sobre todo, la historia del Profeta (que la paz y las bendiciones de Allah sean con él) y su recorrido por esas hermosas tierras.

No obstante, no sabía como gestionar una posible ida a las ciudades santas por lo que decidí hablar con mi empresa, quienes no tuvieron ningún problema en permitirme cumplir mi sueño. Así, pude aprovechar para ir tanto a Medina y a La Meca el 7 y el 8 de diciembre. No daba tiempo para demasiado, pero era una oportunidad única de visitarlas.

Meca está peor conectada por vía aérea puesto que, en primer lugar, hay que ir a Yeda y, desde ahí, en tren a La Meca por lo que decidí ir primero a Medina. Los precios no son del todo baratos. Solo la ida costó 70 euros desde Riad a Medina. No obstante, el trayecto no se hace largo.

Llegué entre la noche del 6 y el 7 de diciembre y me hospedé cerca de la Mezquita de Quba, primera mezquita islámica construida. Las primeras piedras de dicha mezquita fueron colocadas por el propio Profeta (que la paz y las bendiciones de Allah sean con él), aunque fue posteriormente completada por sus compañeros. Según la tradición islámica, rezar allí es igual a efectuar una Umrah. Por tanto, nada más llegar, fui directo a la mezquita.

Durante el trayecto hacia la mezquita, quedé prendado de la tranquilidad de la ciudad, niños jugando en las calles, hombres con sus esposas disfrutando de un paseo en familia por el bulevar que une la Mezquita de Quba con la Mezquita del Profeta (que la paz y las bendiciones de Allah sean con él) y, sobre todo, unos hábitos sanos basados en el respeto entre sus habitantes y los peregrinos.

 Visión del Bulevard mirando hacia la Mezquita de Quba

Es una ciudad cuya vida descansa alrededor de la Mezquita del Profeta (que la paz y las bendiciones de Allah sean con él), por lo que me levanté pronto para tomar unos buenos dátiles con leche y acercarme al lugar donde el Profeta (que la paz y las bendiciones de Allah sean con él) vivió durante muchos años. Así, me di cuenta de que conforme vas caminando por el bulevar y te vas acercando a este glorioso destino, la ciudad te muestra sus virtudes. Unas virtudes basadas en una vida austera con edificios que permiten la privacidad de las personas y, sobre todo, la tranquilidad de sus visitantes. Conforme me iba acercando a la Mezquita del Profeta (que la paz y las bendiciones de Allah sean con él), iba aumentando el número de personas que aparecían a mi alrededor y la atmósfera iba cobrando un cariz de integridad y espiritualidad.

Finalmente, alcancé la Mezquita del Profeta (que la paz y las bendiciones de Allah sean con él). Para mí, es indescriptible la sensación que tuve. Que aquel que fue y es nuestro guía hubiera vivido allí, hubiera iniciado el futuro glorioso de nuestra amada religión allí y que, en aquel momento, yo estuviese allí presenciando la llegada de miles de personas de todas las nacionalidades que se puedan imaginar, constituye una de las experiencias que jamás olvidaré.

La mezquita se levanta imponente en un espacio colosal en el que no faltan guías que hablan multitud de idiomas ni ningún servicio que pueda necesitar el peregrino durante su estancia en la mezquita y alrededores.

Allí, además de la mezquita por dentro, puedes beber agua de Zamzam y visitar la tumba del Profeta (que la paz y las bendiciones de Allah sean con él), sita en la original casa de Aisha, junto a los califas bien guiados Abu Bakr al Sadiq y Omar Ibn al Khattab.

Yo recé allí el Duhr y quedé maravillado de que un día normal estuviera tan lleno de gente. Pregunté a un guía que hablaba inglés y me comentó que aquel día no había demasiada gente.
Es innegable que quedé sorprendido por dicha información. ¡Había miles de peregrinos! Tras acabar en salat, decidí visitar los museos sobre la vida del Profeta (que la paz y las bendiciones de Allah sean con él) y de la propia mezquita. Sin embargo, mi visita en Medina no había llegado a su fin. Decidí comer algo rápido para seguir visitando otro lugar absolutamente necesario en cualquier visita a dicha ciudad: El Monte Uhud.

La Mezquita del Profeta (que la paz y las bendiciones de Allah sean con él

La batalla de Uhud constituye el segundo enfrentamiento militar entre los politeístas de La Meca y los musulmanes. En ella perecieron muchos musulmanes a causa de la desobediencia hacia el Profeta (que la paz y las bendiciones de Allah sean con él). Aquel día 50 arqueros desobedecieron las órdenes de esperar y se abalanzaron sobre el botín de guerra pensando que la batalla había finalizado. El ejército del a posteriori musulmán y gran estratega militar Khalid ibn al-Walid engañó a las fuerzas musulmanas y éstas cayeron derrotadas. Actualmente, se erige una mezquita y un cementerio junto al monte, lugares que pude visitar. En la mezquita recé el Asr y en el monte reflexioné sobre las consecuencias de no obedecer al Profeta (que la paz y las bendiciones de Allah sean con él).

Desde allí, fui directamente a la estación de tren a través de la cual llegué a La Meca. El viaje me costó, aproximadamente, unos 45 euros. El trayecto es corto, de unas 2 horas y media y, evidentemente, es un viaje muy cómodo. Salí a las 19:30 y llegué a las 22:00, por lo que decidí cenar e irme directamente a la cama. El hotel estaba algo lejos del Haram, pero los precios de los hoteles estaban por las nubes (algo que también me ocurrió en Medina). Cada noche me salió por encima de los 100 euros en ambos sitios.

Visión de la Ka’aba desde los balcones de la Gran Mezquita

Así, decidí levantarme pronto para aprovechar el día al máximo. Hay que tener en cuenta que esa misma tarde-noche tenía mi vuelo de vuelta a Riad desde Yeda por lo que no tenía mucho tiempo. Por ello, fui directamente al Haram. Quedé sorprendido por el tamaño del Abraj Al-Bait, que se consolida como el edificio más alto de Arabia Saudí y el cuarto del mundo. Aunque he estado en Dubái y he visto el Burj Khalifa en directo, la impresión de estar en La Meca, al lado del Haram, me hizo ver mucho más grande el famoso reloj con la palabra Allah situada sobre él, que la edificación emiratí. Estar en el lugar más santo del planeta te hace ver las cosas de una manera absolutamente diferente. Te sientes puro, sin preocupaciones, lleno de ganas de adorar a Allah y a su creación, de glorificar la existencia de cada uno de nosotros y de todos los detalles impresos por su enorme benevolencia.

Acto y seguido, entré en la parte de arriba de la Mezquita, desde la que se puede ver el Haram. Dejé mis zapatos en una de las estanterías existentes y me acerqué a los balcones. El ambiente y, destacaría especialmente el sonido, era algo que no había sentido antes. Se escucha solemnidad. Tienes la sensación de que todo lo importante ocurre ahí, que lo demás no importa.
No piensas en trabajo, en que tienes que coger un tren y un vuelo, no piensas en desgracias. Solo en que estás relajado, que Allah está contigo y que tu estás en su casa.

Recuerdo un peregrino sin piernas, arrastrándose en la zona de los balcones y dando vueltas. Sonreía. Se sentía agradecido de su vida, de estar donde estaba y de haber sido bendecido por Allah para acudir a este santo lugar. Aquel hombre me ha hecho pensar mucho desde aquel momento. Me ha hecho reflexionar sobre el dunia y la importancia de cumplir cada día con las obligaciones de un buen musulmán. Aquel hombre me demostró con su sonrisa que la fe es quién guía nuestra vida, estemos como estemos.

Quería visitar la cueva de Hira, pero me entretuve dentro del Masjid. Bebí agua de Zamzam de nuevo y bajé al Mataaf para dar siete vueltas en sentido contrario a las agujas del reloj. En la Gran Mezquita recé el Duhr y el Asr.

Tras ello, me fui directamente a la estación para ir a Yeda y coger mi avión. El tren dura solamente 54 minutos y cuesta menos de 10 euros. Lo bueno es que te deja directamente en el aeropuerto, lo cual facilita notablemente el desplazamiento. Finalmente, cogí el vuelo dirección Riad, para volver acto y seguido a Estambul. Es una pena que aquel viernes 9 tuviera una reunión en Estambul a la que no podía faltar, sino habría aprovechado todo el fin de semana (tanto el de Arabia que cae en viernes y sábado como el de Turquía que es igual que en España). Sin embargo, estoy agradecido de haber tenido la oportunidad de visitar los santos lugares y ya preparo mi próximo viaje a La Meca y Medina, eso sí, la próxima vez será el hajj.

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