
A
principios de la década de 1990, las portadas de los periódicos más
grandes del mundo estaban llenas de noticias sobre un descubrimiento
arqueológico muy importante: “Se encontró una magnífica ciudad
árabe”, “Se descubrió la legendaria ciudad de los árabes”,
“La Atlántida de las Arenas – Ubar”. Entonces se comprobó que
se trataba de la antigua ciudad de Iram, ubicada en la Península
Arábiga entre los estados de Yemen y Omán.
En relación a la
existencia de esta antigua ciudad perdida, escondida bajo una capa de
arena de muchos metros, no ha sobrevivido ninguna evidencia: ni
tablas escritas, ni mapas, ni tradiciones orales. Todo lo que queda
de esta civilización son las aleyas del Sagrado Corán:
“¿No
has visto cómo ha obrado tu Señor con los aditas,con
Iram, la de las torres sin par en el país?” (89:6-8)
El
texto del Corán no es una información ordinaria. Cada una de sus
frases es una muestra completa de pensamiento y a veces de
historia.
Iram estaba habitada por los aditas. Ellos tenían
tenían jardines y manantiales. Pero su arrogancia creció en
proporción a su riqueza. Buscaron refugio de las adversidades
terrenales adorando a los ídolos. Con el fin de advertirles, el
Señor envió una terrible sequía a los aditas durante tres años.
Pero, persistiendo en el politeísmo, los aditas no hicieron caso a
la advertencia. Entonces el Altísimo les envió al Profeta Hud (la
Paz sea con él) quien los llamó al monoteísmo. Pero todas las
invitaciones del profeta no hallaron una respuesta en los corazones
de los aditas, que rechazaron a Hud (P) llamándolo
mentiroso.
Entonces, el castigo de Dios cayó sobre ellos: un
terrible huracán que duró siete días y siete noches enterró a
Iram en las arenas del desierto.
El descubrimiento de las ruinas de Iram causó conmoción entre los historiadores, ya que hasta el día de hoy la existencia de la ciudad perdida había suscitado muchas dudas entre ellos. La mayoría de los investigadores creían que Iram y los aditas eran una leyenda y que la ciudad mencionada en el Corán era una ficción y nunca se encontraría.
Pero el secreto siempre se hace evidente y la verdad también apareció en este caso. La ciudad fue descubierta por el arqueólogo aficionado Nicholas Klepp. Klepp, un arabista y productor de documentales, estaba interesado en estudiar el período antiguo de la historia de la Península Arábiga. En el proceso de búsqueda se topó con un trabajo muy interesante: el libro Arabia Feliz, escrito en 1932 por el investigador inglés Bertram Thomas. Los antiguos griegos y romanos llamaron a la parte sur de la Península Arábiga la “Arabia Feliz”. Allí es donde se encuentran los modernos Yemen y Omán.
En
ese período histórico, el sur de Arabia era un centro para el
comercio de especias e incienso. También había minería y comercio
de ámbar, y productos derivados, cuya demanda era alta entre los
pueblos antiguos. Su precio era más caro que el oro.
Bertram
Thomas en su trabajo mencionó el hecho del descubrimiento de
evidencias de uno de estos pueblos que una vez vivieron en la región
costera del moderno Omán. En el antiguo camino que conduce a una
ciudad muy antigua, los beduinos que vivían en esta región
indicaron la existencia de una ciudad a la que llamaban Ubar.
Y
Nicholas Klepp, basado solo en esta información y las aleyas del
Corán, comenzó las excavaciones en el área donde se suponía que
se ubicaría Ubar. Los arqueólogos descubrieron las ruinas de varias
estructuras arquitectónicas y los restos de muchas torres que
testificaron la existencia de una civilización altamente
desarrollada allí, exactamente como se menciona en las aleyas del
Corán.
Para verificar la información recibida, Nicholas Klepp recurrió a dos métodos de investigación. Le pidió a la NASA que tomara imágenes aeroespaciales del terreno mencionado en el libro de Thomas. Las fotos, tomadas en 1984 por el transbordador espacial Challenger, mostraron una red de antiguas rutas de caravanas que convergían en un punto. El escaneo por radar y la fotografía satelital confirmaron esta información.
Klapp
también emprendió el estudio y análisis de manuscritos y mapas
almacenados en la Biblioteca Huntington de California. Allí, le
llamó la atención un mapa que en 200 a. C. compuso el geógrafo
griego Ptolomeo. Descubrió que las rutas que se muestran en este
antiguo mapa se cruzaban en un cierto centro, y lo que era más
sorprendente, coincidían exactamente con las que eran visibles en
las imágenes de satélite modernas tomadas desde el espacio. Todo
parecía, pues, indicar que un gran asentamiento, una ciudad, estuvo
ubicado en la intersección de estos caminos.
Las excavaciones
fueron muy difíciles, pero, finalmente, debajo de la capa de arena
de muchos metros, comenzaron a aparecer ruinas de edificios. Esta
circunstancia se convirtió en la razón del nombre poético dado a
la ciudad perdida: “La Atlántida de las Arenas – Ubar”.
Las ruinas de la ciudad descubierta se convirtieron en la principal evidencia de que era la capital de los aditas, la Iram mencionada en el Corán. Una característica distintiva de la capital de los aditas mencionados en las Escrituras eran las altas torres, que aparecieron en las ruinas de la ciudad recién descubierta a los ojos de los arqueólogos. Se hizo evidente que Iram había sido descubierta.
A través de la tecnología gráfica tridimensional, los investigadores restauraron la apariencia de estas torres. El Dr. Zarins, que participó en las excavaciones, señaló que esta ciudad se distinguía de todos los otros sitios arqueológicos por la presencia de altas torres, y confirmó que el asentamiento descubierto era la ciudad de los aditas mencionada en el Corán, es decir Iram.
No hay duda de que existe una correspondencia obvia entre la información sobre la civilización desaparecida que aparece en el Sagrado Corán y los datos hallados en las excavaciones arqueológicas.