Muchas torres de edificios mudéjares aragoneses son alminares de mezquitas islámicas

La torre de la iglesia de San Pablo, la desaparecida Torre Nueva, la parroquieta de la Seo, la torre de la Magdalena y la iglesia de San Martín de la Aljafería, todas ellas en Zaragoza, fueron construidas en el siglo XI o principios del XII, y son de origen andalusí, no mudéjar. Así lo defiende el arquitecto aragonés Javier Peña, que ha dirigido la restauración de templos como Santa María de Maluenda.

Peña empezó a estudiar y restaurar monumentos aragoneses en los años 80 del siglo pasado, y en 1986 lanzó una hipótesis recibida al principio con escepticismo en círculos académicos: buena parte de los edificios que consideramos mudéjares, es decir, levantados y decorados por musulmanes a los que se les permitió quedarse tras la Reconquista, son en realidad de época islámica. Y las torres, antiguos alminares de mezquitas. Su idea ha ido ganando adeptos a lo largo de los años hasta que el 7 de noviembre pasado leyó su tesis doctoral en la Universidad de Zaragoza, ‘Arquitectura islámica de ladrillo y yeso de Saraqusta’. Recibió el sobresaliente ‘cum laude’.

¿Cómo empezó Javier Peña a ‘desconfiar’ de los edificios mudéjares? “Hay un primer acercamiento lógico –asegura–. Oficialmente tenemos más de 300 edificios mudéjares en Aragón. ¿No es rara una cifra tan elevada y que solo se conozca uno de época islámica, la Aljafería? Sabemos que a principios del siglo XII había ya cinco o seis parroquias consagradas. ¿Y por qué, salvo en la Seo, no se ha descubierto arquitectura románica en la ciudad? Se da por bueno que en los siglox XIII y XIV todas las iglesias románicas se fueron derribando para ser sustituidas por iglesias mudéjares. Pero esa explicación no encaja: cuando se han realizado excavaciones arqueológicas, como en la Magdalena, no aparecen restos de esas iglesias». Peña concluye que se aprovecharon las estructuras arquitectónicas de las mezquitas para los templos cristianos, hasta su sustitución por los actuales edificios mudéjares, y se conservaron los alminares de las mezquitas para ‘maquillarlos’ y convertirlos en torres de las iglesias cristianas.

En otro orden de cosas, «no es posible que la Aljafería haya servido de modelo para la arquitectura mudéjar, como varios historiadores defienden –añade–, porque muchas torres presentan recursos decorativos que no se encuentran ni en la Aljafería ni en la arquitectura almohade. Y luego está el tema de los materiales. Los ladrillos de la arquitectura llamada mudéjar están trabados con pasta de yeso, no con mortero de cal, como en el resto de Occidente, donde se pensaba que no podía usarse ese material en exteriores porque se disgregaba con el hielo. ¿Y dónde se emplea la pasta de yeso en la construcción? En Iraq e Irán».

Ahí es donde Javier Peña encontró explicación a la personalidad propia de la arquitectura ‘mudéjar’, que a su juicio no nació por generación espontánea sino que en buena parte importó modelos lejanos. A lo largo de los años ha encontrado numerosos puntos de contacto (y ahí radica una de las claves de su tesis doctoral) del mudéjar con las arquitecturas abasí (fundamentalmente iraquí) e iraní anteriores al siglo XII. Da un dato: «los historiadores del arte defienden que el arco apuntado, en España, es gótico o posterior, pero nunca anterior. Pero en Oriente se usó antes incluso de que naciera el Islam; las arquitecturas abasí y razi, de los siglos VIII y IX, ya lo utilizaban. Por eso pudo llegar a la Península antes, en época islámica. Y esas dos arquitecturas antiguas, también, empleaban el yeso en lugar de mortero de cal».

¿Y cómo en época tan temprana llegaron esas corrientes estéticas a Aragón? ¿Y por qué rompieron con la tradición arquitectónica anterior?

«Se suele pintar la Saraqusta del siglo XI como una ciudad de unos 17.000 habitantes –relata Peña–. Pero esos son los que caben en las 47 hectáreas delimitadas por el Ebro y el Coso. La ciudad, en realidad, era mucho mayor: tenía unas 140 hectáreas, llegaba desde el Portillo hasta el parque Bruil, y desde El Rabal hasta Santa Engracia, con unos 50.000 habitantes. Era de las más grandes de Europa y, además, una especie de avanzadilla cultural, cosmopolita, hogar de científicos e intelectuales, punto neurálgico del comercio entre Oriente y Occidente.Y, de la misma manera que llegaron aquí las ideas más avanzadas en aspectos tan diferentes entre sí como la música y la agricultura, también vinieron las ideas arquitectónicas. A mi juicio, el momento en que Zaragoza abandonó la arquitectura omeya califal e implantó la abasí de Bagdad fue cuando Saraqusta se independizó políticamente de Córdoba en 1018».

Tres edificios clave


Torre de San Pablo. Se construyó antes que la iglesia. Para Peña, se trata de un mausoleo de un monarca de la dinastía tuchibí. Contiene una gran cúpula, donde pudo estar el catafalco.

Torre de la Magdalena. No dispone de espacio para las campanas, sus numerosos capiteles son de tipo taifal, existía ya en 1197 y la iglesia fue adosada posteriormente, por lo que puede considerarse uno de los alminares de la ciudad. Probablemente fuera un alminar conmemorativo de las tumbas de los tabíes, enterrados en el cercano cementerio de Bab al-Qibla.

La Aljafería. El palacio que mandó construir el sultán Ahmad II al-Muqtadir a las afueras de la ciudad siguió tipologías clásicas de la arquitectura abasí. La capilla de S. Martín se asienta sobre terreno natural como el resto del palacio taifal y se destinó a parroquia incluso antes de la ocupación de la ciudad en 1118.

FuenteMariano García - heraldo.es
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