Es una de esas historias que al final solo conocen los expertos mientras late dormida para el gran público y, quizás peor, para las instituciones. La de la importante familia de místicos conocida como los Banū Sīd Bono, quienes convirtieron el Valle de Guadalest, en la actual provincia de Alicante, en un polo de atracción de peregrinos musulmanes de todo el este peninsular, del reino nazarí de Granada y hasta del Magreb.
Ese tránsito de creyentes perseveró desde el siglo XII, aún en época andalusí, hasta el XVI, cuando concluyó de forma abrupta ya bajo un dominio cristiano que finalmente no permitió tales manifestaciones multitudinarias de una religión considerada hostil. ¿Cómo fue posible?
Según describe el profesor de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad de Alicante, Francisco Franco-Sánchez, un miembro de esa familia, de nombre Abū Aḥmad Ŷa‛far Ibn Sīd Bono (1130-1227), hizo la peregrinación a La Meca en la década 1174-84 y, a su regreso, se manifestó como un místico de relevancia. Desde entonces, en sus propiedades en Adzeneta en la Vall de Guadalest, fue creciendo su cofradía mística. Murió en 1227, con cerca de 100 años, y fue enterrado en la finca familiar. Y su tumba se convirtió en un centro de peregrinación para los musulmanes de Al-Andalus.
Franco-Sánchez agrega que “después de ser incorporado el Valle al Reino de Valencia, ya como mudéjares y moriscos, siguieron llegando peregrinos todos los años a orar, organizar un mercado y relacionarse, y esto fue así hasta el siglo XVI”. Hasta tal punto -agrega este especialista- “que la Inquisición juzgó y condenó al señor de Guadalest, de nombre Sanç de Cardona, que era nada menos que el Almirante de la Corona de Aragón, y le condenó en 1569, por permitir la reconstrucción de esta mezquita mausoleo de Ŷa‛far Ibn Sīd Bono”. Ese fue el abrupto colofón a esa historia.