Es la cuarta vez que venimos a Irán desde España con un Mitsubishi Montero y estamos encantados de regresar. La reglamentación de la vestimenta islámica se ha relajado mucho. Las mujeres, por ley, tienen que llevar cubierto el pelo pero nadie se molesta si tienen media cabeza fuera del pañuelo. Con un simple tres cuartos, camisa larga en verano o abrigo en invierno, es suficiente para cubrirse el cuerpo. Nada que ver con la férrea vigilancia de la primera vez que vinimos.
Lo que sí que ha permanecido intacto en estos 25 años es la hospitalidad. Es imposible pasar por este país sin ser agasajados por los iraníes que te invitan a su hogar y compartir mucho tiempo y vivencias con ellos.
Esta vez entramos a Irán desde Turkmenistán, por el norte. En seguida llegamos a Mashad, su núcleo central es el recinto más sagrado de Irán, donde está enterrado el Imam Ali al Rida, octavo imam de los shiíes. Para visitarlo, Marián tiene que cubrirse con un chador que le dejan a la entrada. Antes, los no musulmanes tenían vetada la entrada y la policía religiosa vigilaba que no se colase nadie. Ahora, todos los extranjeros son bienvenidos, se les guía con un acompañante, se les da un pequeño refrigerio. Pero debido a un sangriento atentado en el pasado, actualmente sólo dejan entrar con el móvil, ni cámaras, ni mochilas.
Mashad se desvanece en el retrovisor del Mitsubishi Montero para adentramos en el Dasht-e-Lut, el “Gran Desierto de Sal”. Por él transcurre un ramal vital de la Ruta de la Seda haciendo que valientes comerciantes como Marco Polo surcasen estas tierras. La larga ruta es una cómoda carretera de doble carril pero en sus cientos y cientos de kilómetros aparecen pistas que se adentran en el desierto. Con una buena provisión de combustible, agua y la ayuda del GPS nos adentramos sin temor en esta basta superficie deshabitada para encontrarnos con oasis, caravanserais fortificados abandonados, pueblos fantasmas de adobe y pozos de agua protegidos por bóvedas.
La esencia comercial de Irán son los bazares, herencia directa y viva de la Ruta de la Seda. No hay malls, ni grandes supermercados, la médula del comercio siguen siendo sus imponentes bazares, siempre cubiertos y formando un entramado de laberínticas callejuelas para protegerse de la climatología y de la rapiña de los bandidos.
La ciudadela de Bam es un viaje al pasado. La primera vez fue durante la “Ruta de Alejandro Magno”, hace 25 años en nuestra compleja ruta hacia La India. La histórica Bam nos impresionó con su ciudadela de abobe fortificada y su impactante castillo en la cima. Nadie venía a Irán en esos tiempos, estábamos solos en esta majestuosa ciudadela fantasma de adobe en medio del desierto. En ella se alojó el propio Marco Polo y otros muchos viajeros ilustres. Tantas veces destruida como reconstruida pero siempre renacía de sus cenizas. El último ataque recibido fue el devastador terremoto de 2003 con 40.000 muertos y que redujo la ciudadela a polvo de adobe. Llegar de nuevo ante ella y verla recuperándose de sus heridas… nos estremece.
Otra joya de la Ruta de la Seda es Yazd que tiene su origen, al igual que otras muchas ciudades y pueblos iraníes, en un rico oasis que se convirtió en etapa de la Ruta de la Seda con caravanas que iban de oasis en oasis, comprando y vendiendo mercancías y buscando protección y seguridad. A las afueras de Yazd… las Torres del Silencio, donde se depositaban los cuerpos de los difuntos para ser devorados por los buitres en una simbiosis con la naturaleza, son una reminiscencia de una de las religiones más antiguas del mundo, el zoroastrismo. Más antigua que el cristianismo, que el islam, que el budismo…
Un proverbio iraní bautizó a Isfahán “La Mitad del Mundo”, por eso sus bazares, caravanserais, medersas, mezquitas, jardines, puentes… le confieren el título de ciudad más hermosa de Irán.
Aunque los veranos en Irán son muy tórridos, su altitud media entre los 1.500 y 1.800 m. producen inviernos terriblemente fríos y en cuanto subimos de altitud aparece la nieve. Y así llegamos a Persépolis. La fastuosa, única y sin igual capital del imperio persa aqueménida hasta la conquista del gran Alejandro Magno.
Acampamos en el desierto al atardecer entre las mágicas murallas de un caravensarai abandonado… ¿cómo no acampar bajo sus asombrosas murallas? El romanticismo de las caravanas pasadas nos invade, soñamos con aquellas caravanas de la Ruta de la Seda que debieron alojarse en este lugar siglos atrás y nuestros rostros esbozan una sonrisa de felicidad mientras nos dormimos soñando con nuestra próxima etapa: Arabia.