La industria de la cosmética halal en alza

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La tendencia proviene del Sudeste Asiático: Indonesia, el país musulmán más grande del mundo con alrededor de 260 millones de habitantes, ha aprobado una ley según la cual todos los productos deberán tener una etiqueta halal a partir de 2019 en adelante. Los perfumes con alcohol o lápiz labial con grasa de cerdo caen dentro de esta prohibición y los fabricantes deberán prescindir de los productos de origen animal y los alcoholes.

El gigante de los cosméticos L’Oréal y la compañía química alemana BASF están buscando adaptarse a esta corriente halal, ya que, según varios estudios, el Islam es la religión de más rápido crecimiento en el mundo. L’Oréal ha certificado desde hace mucho cientos de sus productos como halal.

Hace apenas unos años, los cosméticos halal eran un mercado para algunas pequeñas empresas en los países musulmanes. Esto ha cambiado radicalmente como se puede ver en el Festi Ramazan, el gran festival de Ramadán celebrado recientemente en la ciudad alemana de Dortmund: la palabra “halal” se encontró a menudo en el recorrido por el área del festival de 22,000 metros cuadrados.

Ya en 2014 , el mercado mundial alcanzó un volumen de más de 18.000 millones de euros. Hasta 2019 podría duplicarse de nuevo y significar el seis por ciento del negocio global de cosméticos. Las grandes corporaciones han tomado conciencia de que el mercado halal global no se limita a los alimentos.

También en Dortmund, Julia Fritz y su marido Abdelhay Fdil comenzaron a trabajar en 2015 en los productos cosméticos halal. Para ello, Fdil renunció a su trabajo como técnico químico en la universidad. Juntos, fundaron la compañía Arganpur GmbH y crearon la marca Halal al Balsam, cuyos productos “deben ser buenos para el cuerpo y el alma”, explican.

Ambos se inspiraron en Marruecos, el hogar de su esposo, que es omnipresente: coloridas lámparas orientales en los estantes, kohl oscuro bajo sus ojos azules. Durante años pasaron las vacaciones de verano junto con su familia en las montañas del Atlas, en el valle del Dades, el valle de las rosas. “La conexión con la hermosa fragancia le llegó a mi esposo en la cuna”, dice Fritz, que se convirtió al Islam a los 22 años.

Junto con su cuñada, fundaron una cooperativa de mujeres en una pequeña aldea. Todos los años, en mayo, ella, su esposo y sus hijos van a la cosecha de rosas. Una vez que la cosecha termina, hay una gran fiesta con guirnaldas de rosas y bailes. Allí, el aceite de rosa que se utiliza para sus productos se destila, y se produce, etiqueta y distribuye en Alemania a través de su compañía.

Los fabricantes franceses de perfumes también han descubierto el Valle del Dades: toneladas de rosas se exportan cada año a Grasse en Francia, la “Capital mundial de la perfumería”.

“Hay tanta basura en el mercado que los productos halal son mejores y más justos para todos los involucrados”, dice Fritz con confianza en sí misma.

El halal es un negocio muy interesante, explica Julia Fritz. Y es una tarea ética. Para ellos, por ejemplo, no sería suficiente prescindir de productos animales o alcohol. “El halal tiene que ser bueno para todos, para el productor, el distribuidor, el consumidor. Tiene que ser justo y transparente para todos”.

Muchos musulmanes están demasiado ocupados con prohibiciones y mandamientos y pierden de vista lo esencial, dice ella. “La idea básica de todo musulmán debería tener es que tenemos que cuidar esta tierra”, añade.

FuenteSüddeutsche Zeitung
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