En Beit Lahia, bajo la tierna mirada de su padre, en quien también se puede leer el orgullo de tener un hijo tan piadoso y resistente a una edad tan temprana, el pequeño Yamin al-Maqayyid cumple cada día la noble misión en la que se siente involucrado.
En una de las primeras ciudades de la Franja de Gaza asolada por los bombardeos israelíes, apenas llega el momento de postrarse ante el Altísimo, la voz de quien ahora llamamos cariñosamente “el pequeño muecín de Gaza” resuena con poder asombroso.
Ante el inmenso paisaje de desolación que se extiende bajo las ventanas de su casa, que milagrosamente se mantiene en pie, el joven Yamin, izado en un taburete, se propone llamar diariamente a la oración.
“Estoy orgulloso de mi hijo. Al destruir mezquitas, los ocupantes buscan disuadir a los residentes de la Franja de Gaza de permanecer en sus tierras y preparar el terreno para su expulsión. Los ocupantes no pueden impedirnos recitar el llamado a la oración y rezar. Debemos quedarnos y no abandonar Gaza a pesar de los bombardeos y la destrucción”, dijo Mohammad al-Maqayyid, el emocionalmente abrumado padre del pequeño muecín de Gaza.
Un pequeño muecín que alberga legítimamente la esperanza de poder, algún día próximo, recitar el adhan desde la bendita mezquita de Al-Aqsa, en Al-Quds, finalmente liberada del yugo israelí.