Su entrada al terreno de juego el domingo hizo vibrar las gradas del estadio Abdullah Bin Khalifa de Doha. Su hazaña contra Hong Kong (3-0) literalmente los encendió.
Fue bajo los aplausos y los vítores de unos 6.500 aficionados de la Copa Asiática de Fútbol que los jugadores de la selección palestina saltaron al campo, reprimiendo en lo más profundo de sí todas sus emociones. Sólo su admirable determinación de llevar en alto los colores de su tierra martirizada prevalece sobre las profundas heridas del alma.
Entre ellos, el defensa Mohamed Saleh, de 30 años, natural de Gaza, cuya casa fue destruida y su tío, su tía y sus hijos fueron asesinados, no había tenido noticias de su familia durante dos días. Cuando llegó el momento de ponerse el uniforme, sacó de sí mismo y de la oración los recursos para superar la terrible angustia que lo atenazaba.
Al final de la histórica clasificación de su glorioso equipo en octavos de final, él, oscilando entre risas y lágrimas, alegría y tristeza, confió, permitiéndose expresar su orgullo y felicidad: “Hoy, mi familia está sujeta a una guerra. de exterminio. Jugamos al fútbol por ellos, por Gaza, por nuestra causa”.
Al unísono, Yibril Rayub, presidente de la federación palestina de fútbol, declaró solemnemente: “Este equipo es el símbolo más noble de nuestra identidad nacional.”
