La mezquita de Christchurch tres meses después del ataque

La mezquita Al Noor, donde funciona el centro islámico de Canterbury, todavía se recupera de la masacre ocurrida del 15 de marzo pasado

Una mujer con un hiyab negro sale a la vereda para dejar la basura en uno de los contenedores de la avenida Deans frente al Sotuh Hagley Park. Ante la solicitud para ingresar en la mezquita dice que no es posible en ese momento, porque el imán está ocupado. Pero aclara que dos horas más tarde, cerca del mediodía, no habrá problemas, porque es un buen día. Habrá una reunión con los vecinos. No quiere dar su nombre y prefiere no hablar demasiado. «Es mejor que vuelva cuando esten los hombres», aclara. Pero se anima a ofrecer un mensaje: “Say ‘salam’ to the argentinian people”, exclama con una sonrisa.

La mezquita Al Noor, donde funciona el centro islámico de Canterbury, todavía se recupera de la masacre ocurrida del 15 de marzo pasado. Fue el lugar donde todo comenzó, cerca de las 13. Una persona con armas automáticas y casco irrumpió en el lugar y mató a 41 personas. Una hora después, otros nueve miembros de la comunidad musulmana fueron asesinados en el centro Linwood, que está ubicado a unos cuatro kilómetros de Al Noor. Por el hecho fue arrestado el australiano Brenton Tarrant. Se supone que él fue quien transmitió la matanza en directo por redes sociales y publicó un manifiesto de 74 páginas fundamentado en el odio al Islam.

Las ofrendas, flores y mensajes todavía adornan el frente del lugar. Junto a la puerta, hay una imagen de dos personas abrazadas, pintada en la pared: «Esta es tu casa y podés sentirte seguro aquí». En la playa de estacionamiento hay un carro de la policía. Pero parece ser testimonial, no hay oficiales en el lugar, aunque sí muchísimas cámaras de vigilancia. A la hora indicada, el imán Gamal Fauda, que es egipcio, recibe a todos los invitados con amabilidad. Solicita que se quiten el calzado y a las mujeres que cubran su pelo con chales o pañuelos. La intención es confraternizar. Hablar de la vida, de las distintas costumbres entre los neozelandeses y los integrantes de la mezquita, que en su mayoría son extranjeros. En una de las habitaciones ofrecen té y café. Hay galletitas, frutas. Todos parecen pasar un buen momento.

«Es una buena experiencia. Hace 20 años que vivo aquí y es la primera vez que entro en la mezquita», cuenta Claire. Está junto con su esposo, Derek. Al saber que un argentino está en la sala, reflexiona con una sonrisa: «Espero que Crusaders le gane a Jaguares el sábado. No me gusta ver a mi marido triste».

Pero enseguida, ella vuelve al 15 de marzo y la seriedad se apodera del lugar. Esa misma sala donde ahora todo es camaradería y amistad, hace poco más de tres meses estaba rodeada de sangre, gritos y muerte. Claire recuerda: «En ese mismo momento pasé con mi auto enfrente de la mezquita. Escuché los disparos: ‘Ta-ta-ta-ta-ta'», dice simulando una ametralladora. Desde afuera pudo ver gente herida que saltaba las cercas y se metía en las viviendas lindantes para salvar sus vidas. Los vecinos les dieron refugio.

Ruth, que lleva 16 años viviendo en el barrio, explica por qué se alegra de esas reuniones: «Después de lo que pasó no quiero que la persona que vive en la puerta de al lado de mi casa sea un extraño para mí».

Cuando termina la reunión, el Imam Fauda, que está vestido con saco y camisa, se dispone a conversar. Pero antes pregunta: “¿Van a tomar fotos? Porque entonces me tiene que dar tiempo para que me ponga mi atuendo».

Luego trata de transmitir cómo es la vida en la mezquita después del ataque. «Actualmente la comunidad está bien. Es un poco más pequeña -dice-. Es un buen momento y con mucha esperanza este mes. Los chicos estarán volviendo a sus actividades en las clases y podremos empezar el programa de enseñanza normal. Los niños comenzarán a venir y asistirán a las clases, pero probablemente el número de alumnos sea menor. Mucha gente del personal murió. Perdimos a muchos líderes valiosos de nuestra comunidad».

La charla se interrumpe. Se encienden los parlantes y se escuchan rezos en árabe. El imán pone las palmas hacia arriba, cierra los ojos y acompaña con susurros. En la nave hay una docena de personas que rezan. Algunos parados, otros arrodillados con el rostro sobre la alfombra.

Después de cinco minutos, Fauda sigue la conversación. Ante la consulta sobre si se siente protegido por las autoridades, no duda ni un instante: «Por supuesto. Nueva Zelanda es uno de los mejores países en términos de brindar igualdad, seguridad y cuidado a todos sus ciudadanos. La policía está muy cerca de nuestra comunidad. Solo podemos mostrar gratitud».

-¿Cree que lo que ocurrió cambió en los ciudadanos la forma de mirar a su comunidad?

-La comunidad musulmana es parte de Nueva Zelanda y Nueva Zelanda es parte de nuestra comunidad. Una vez por mes invitamos a los vecinos a conocer nuestro lugar. Les mostramos que este lugar es de todos, los vecinos son parte de nuestra comunidad. Todavía no somos el ciento por ciento. Por eso continuamos trabajando contra la discriminación, contra los crímenes del odio. Hablando en las escuelas, enseñando. Amamos este lugar, amamos este país.

El rugby y la posición de Crusaders tras el ataque

Tras los ataques a la comunidad musulmana en marzo pasado, el rugby neozelandés reaccionó por la simbología que representa a su equipo más poderoso en el Super Rugby, los Crusaders.

Steve Tew, CEO de la Unión de rugby de Nueva Zelanda, dijo en ese momento: «Mantener el status quo en términos del nombre de los Crusaders, junto con las imágenes actuales de los caballeros, en nuestra opinión, ya no es sostenible, debido a la asociación religiosa que ahora se ha planteado. Es ofensivo debido a su asociación con las Cruzadas religiosas entre cristianos y musulmanes».

La franquicia abrió una investigación para resolver si eran necesarios cambios en la comunicación del equipo más ganador de la historia. El director ejecutivo de Crusaders, Colin Mansbridge, comentó: «Estamos agradecidos por el análisis exhaustivo realizado por Research First y Allen + Clark». Se resolvió mantener en nombre, pero cambiar el logotipo y las imágenes del equipo, algo que se verá a partir de 2020.

Para empezar, antes de los partidos dejaron de ingresar en el estadio personas disfrazadas de caballeros y que cruzaban la cancha portando espadas.

«Una marca es mucho más que un nombre o un logotipo, y esta investigación nos ha demostrado que son los valores y el legado de este club lo que realmente atrae a nuestros fanáticos», explicó Mansbridge.

Consultado sobre esta situación, el imán Gamal Fauda, comentó: «No es una opción planteada por la comunidad musulmana y no tengo comentarios sobre eso. No es nuestra iniciativa».

FuenteLa Nación
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