En su número del 4 de mayo de 2020, el diario francés Liberation publicó una columna titulada “En Marruecos, la crisis de salud al servicio del autoritarismo”. Su autor, Merouan Mekouar, profesor de la Universidad de Toronto, enumera admirablemente toda la gama de medidas sanitarias, sociales, económicas y financieras que las autoridades marroquíes han implementado, con gran éxito, para hacer frente a esta crisis de salud y sus consecuencias para el país y su gente.
Sin embargo, su objetivo no era atribuir este éxito a estas autoridades aunque, sea cual sea nuestra actitud política hacia ellas, la previsión que han demostrado obliga a nuestro reconocimiento. Ellas han tenido éxito donde muchos países, incluso los desarrollados, han experimentado un fracaso manifiesto.
Sin embargo, él cree que el Estado marroquí solo ha actuado bien debido a su preocupación por “preservar un nivel mínimo de subsistencia que permita a las instituciones recaudatorias del Estado seguir funcionando”. Él sacó esta conclusión del marco analítico, extraído del trabajo del economista estadounidense Mancur Olsen, que le habría “permitido comprender mejor la lógica de los esfuerzos realizados en esta situación de emergencia por las autoridades marroquíes y sus aliados económicos. Él esboza una teoría basada en la idea de que “el Estado es un bandido que busca maximizar sus recursos gravando a la población”.
Marruecos ha logrado hasta ahora limitar las dramáticas consecuencias para la salud del coronavirus, y esto se debe hacer notar con satisfacción si uno es mínimamente objetivo y posee cierta honestidad intelectual. Criticar el éxito y, además, en un tema de la salud pública es dejarse llevar por un sentimiento de resentimiento. Con su acción a favor de la preservación del estado de salud y, relativamente, de la situación material de las poblaciones mediante la concesión de subsidios a los necesitados, el Estado marroquí ha demostrado su capacidad para atender a todas las categorías sociales del país.
Lo que se puede conceder a quienes están en una oposición dogmática es la metodología que presidió la aplicación de las medidas tomadas para enfrentar los efectos de la pandemia. Para la implementación de las disposiciones tomadas en la parte superior de la jerarquía estatal, los niveles más bajos de las autoridades públicas usaron la coerción autoritaria en muchos aspectos, lo que contradice el estado de derecho que el gobierno dice defender.
Sin embargo, teniendo en cuenta la gravedad de la situación, se puede usar la fórmula “la necesidad obliga”. Incluso hay una cierta comprensión de una gran parte del espectro de la sociedad civil hacia el uso de tal coerción. El ciudadano realista sabe, en los momentos que lo requieren, hacer concesiones temporales. La situación sanitaria en Marruecos lo requería. La evolución del virus amenazaba el destino de miles de ciudadanos.
Se reconoce que, sin estas medidas drásticas y algo autoritarias en su aplicación, la situación en el país se habría convertido en un drama de salud, lo que habría resultado en un daño incalculable a nivel social y económico.
Una nueva fase
Es necesario, sin embargo, iniciar una nueva fase en la marcha del país hacia un futuro más unido y armonioso entre los diferentes componentes de la población marroquí. El riesgo de un retorno a la situación que prevalecía no puede excluirse. Todo dependerá de la voluntad que se manifieste al final de esta crisis por parte de un poder que ha apostado demasiado por un liberalismo desenfrenado.
Esta es una lección que debería extraerse de esta crisis sanitaria, social y económica que ha expuesto todos los defectos y fallos de la política seguida. Muchas debilidades continúan pesando mucho en la vida de las clases trabajadoras y especialmente en la masa de trabajadores explotados, a veces descaradamente, por un capitalismo que ha permanecido embelesado y carroñero a pesar de todas las ventajas y favores que el Estado le ha otorgado.
Se ha abierto una brecha. Vamos a ampliarla hasta que se convierta en una puerta que conduzca a una verdadera democracia en todos los campos y cuyo objetivo final sea la valorización de los marroquíes y su dignidad.
Los desafíos que nos esperan después de esta tragedia de salud son los fallos que sufre Marruecos. Existe la posibilidad real de arreglarlos gracias a la voluntad común de cambiar de rumbo. En lugar de un crecimiento que solo sirve a las capas ricas y a una reducida clase media, debe haber un crecimiento enfocado hacia el desarrollo humano con un énfasis en la necesidad de reducir las fuertes desigualdades sociales que agobian el futuro de zonas enteras de la población.
La crisis de salud ha sacado a la luz realidades que serán difíciles de ignorar para construir el futuro de Marruecos ¿Estamos al final de un camino que ha generado la opulencia de una minoría y la marginación de las masas? ¿O la terrible experiencia por la que estamos pasando al final solo será un accidente que causó que el sistema haya cambiado por un tiempo limitado? Es desde arriba que hay que reaccionar. Un retorno al status quo anterior ampliará y empeorará el abismo que separa las necesidades y demandas de la gran mayoría de la población de la oferta política, económica y social que los gobernantes han hecho durante mucho tiempo.
Es hora y existe la oportunidad de cambiar nuestra política y nuestra dirección. El nuevo liderazgo debe situarse en el marco de una nueva tendencia donde el hombre sea el fin en sí mismo de cualquier empresa de desarrollo.
En palabras del ex ministro francés Nicolas Hulot, “esta crisis de salud puede transformarse en una crisis saludable desde el momento en que aprendamos de ella”. Debemos aprovechar la oportunidad que nos ofrece esta crisis para abordar los desequilibrios de nuestra sociedad y nuestras deficiencias en muchas áreas, especialmente en el terreno social.
Es necesario, pues, construir un horizonte de armonía y confianza en las instituciones, que deben servir al interés general y no a algunas castas privilegiadas, y renunciar a cualquier fatalidad, ya sea de origen religioso o impuesta por las decepciones incesantes que la historia ha acumulado. Hay que devolver al ciudadano marroquí la importancia que merece y dar crédito a su capacidad para protagonizar todas las evoluciones políticas, económicas, sociales e incluso religiosas que son esenciales en este mundo que cambia rápidamente.