Hasta
hace unas semanas, Atenas era la única capital europea que carecía
de mezquita oficial. La larga ocupación otomana y las tensas
relaciones con Turquía siguen lastrando la vida de los musulmanes de
Grecia, que muchas veces no son más que peones en los juegos
geopolíticos.
En medio de un polígono en la
ciudad del Pireo, a siete kilómetros del corazón de la Acrópolis,
varios inmigrantes paquistaníes se reúnen para rezar en un pequeño
sótano que hace las veces de mezquita informal. Los estandartes en
urdu y las viejas reliquias que han colocado son los únicos
elementos que dan a este espacio una apariencia religiosa.
«Este
lugar de oración fue construido por nuestros padres en 1978»,
explica a Efe Asir Jayder, el representante de la comunidad chií de
Atenas, donde hay unos 250.000 musulmanes. La mayor parte comenzó a
llegar en los años 70, procedente de Oriente Próximo, y en los
últimos años su número ha aumentado considerablemente con los
miles de refugiados que pensaban seguir su camino hacía otros países
europeos pero han quedado atrapados en la capital griega.
Los
inmigrantes y sus hijos griegos son solo una parte de la comunidad de
creyentes del islam en Grecia. En el norte del país, en la región
de Tracia Occidental, los ecos del pasado retruenan en muchos pueblos
y ciudades donde residen 150.000 musulmanes de origen turco, romaní
y pomaco.
En 1923, al finalizar la guerra entre Turquía y
Grecia, se produjo un intercambio de población entre ambas naciones.
Solo dos comunidades permanecieron en sus territorios: los griegos de
Estambul y los turcos de Tracia.
DISCRIMINADOS POR SER
TURCOS
Casi 100 años después, los griegos de etnia turca de
Tracia han dejado de existir sobre el papel, aunque en su día a día
luchan por mantener sus raíces, su cultura y un nivel de vida
digno.
Tras la invasión turca de Chipre en 1974, el Gobierno
griego dejó de reconocer su origen turco para convertirlos en la
«minoría musulmana de Tracia», una represalia indirecta
contra Turquía.
Muchas asociaciones, como la Unión Turca de
Xanthi, fueron ilegalizadas por mantener la palabra «turco»
en su nombre y, pese a las constantes apelaciones y al fallo del
Tribunal Europeo de Derechos Humanos de 2008 a su favor, sigue
declarada como ilegal.
Además, en los últimos ocho años, el
Gobierno ha cerrado más de sesenta colegios de la minoría
argumentando la falta de alumnos, cuando estos centros de primaria
son fundamentales para que los jóvenes aprendan griego, pues en sus
hogares la lengua materna es el turco.
«Nos consideran
ciudadanos de segunda clase», afirma Ismail Dikili, un
comerciante de 38 años de Komotini. Para él, no hay lugar a dudas
de que la desidia del Estado tiene un objetivo claro: la asimilación
forzosa de la minoría.
«Nosotros vivimos aquí y aquí
queremos vivir, solo necesitamos que nos traten mejor, nada más»,
añade.
EL ISLAM, UN ASUNTO DE ESTADO
A partir de 1990,
el Estado griego retiró oficialmente -en la práctica ya lo hacía-
a los musulmanes de Tracia la potestad de seleccionar a su muftí y
les impuso un líder religioso.
Muchos creyentes se negaron y
desde entonces existen dos líderes espirituales: el oficial puesto
por el Gobierno y el ilegal elegido por la comunidad, que sufre
constantes multas y juicios.
«¿Por qué los cristianos
tienen derecho a elegir su obispo, y los musulmanes no? Reivindicamos
los mismos derechos que los cristianos», denuncia Ahmed Mete, el
muftí elegido por la comunidad y en cuyo domicilio apareció hace
varios días la pintada «el único turco bueno es el turco
muerto».
Mientras, en las afueras de Atenas, el Estado
griego ha financiado con 15 millones de euros la creación de la
nueva mezquita, con capacidad para 300 hombres y 50 mujeres.
Hasta
la construcción de este edificio la mayoría de los musulmanes de la
capital tenían que orar en sótanos y buhardillas donde establecían
sus lugares de rezo, muchas veces de forma ilegal.
«Para
nosotros es un alivio disponer, por fin, de un lugar legal para
rezar, sin la angustia de ver la mezquita cerrada por cualquier
razón», explica el imán de la nueva mezquita, Mohamed
Zaki.
Sin embargo, la construcción tuvo que enfrentarse a
muchos detractores, tanto de miembros de la Iglesia Ortodoxa como de
movimientos de ultraderecha, que pusieron trabas legales.
«Durante
mucho hemos escuchado que Atenas era la única capital europea que no
tenía una mezquita reconocida. Ahora es la única que tiene una
mezquita financiada por el Estado», señala orgulloso
Jayder.
LA SOMBRA DE TURQUÍA
Para el secretario
general de Cultos, Yorgos Kalantsís, era importante que la
financiación del Estado griego para evitar injerencias extranjeras,
«como en otros países de Europa».
Representantes de
diferentes grupos de musulmanes coinciden en que la discriminación
que sufren se debe fundamentalmente a que el Estado heleno los ve
como espías o agentes de su histórico enemigo, Turquía.
Aunque
Kalantsís niega que el retraso de la mezquita, que ha abierto once
años después de lo previsto, se haya debido a las complicadas
relaciones con Turquía, sí cree que Ankara intenta instrumentalizar
el islam para erigirse en su protector a nivel mundial.
La
mezquita supone un gran alivio para la comunidad musulmana de Atenas,
pero constituye solo un paso. «Lo más grave es que no
disponemos de cementerio propio», afirma el presidente de la
Unión Musulmana de Grecia, Naim Elgandur.
Las familias de los
musulmanes que mueren en la región de Atenas tienen que costear el
traslado a Tracia para poder enterrar a sus seres queridos en los
cementerios de la minoría.
Es el caso de una joven refugiada
fallecida por coronavirus que espera a que una colecta permita a sus
familiares trasladarla desde el campo de refugiados de
Ritsona.
Nacida en Afganistán y muerta en Atenas, su viaje
hacia su descanso final todavía no ha terminado.