En el islam no hay un único magisterio. Cada comunidad y cada musulmán sigue a un sabio o sheij. Los imanes predican según la escuela coránica a la que están adscritos. Las diferencias suelen resultar irrelevantes pero, entre algunas corrientes, se abren insalvables abismos doctrinales. Casi se podría hablar ya de dos grandes bloques: el de los musulmanes por herencia cultural, obsesionados con el cumplimiento de ciertos preceptos formales, y el del islam español, centrados en estrechar su relación con Dios.
“El islam no es una realidad exclusiva de los árabes; no tiene sentido que los musulmanes en España estemos representados por extranjeros de costumbres exóticas, imanes y líderes que ni siquiera hablan bien español”. Es Ibrahim Gómez el que así se expresa. Es sevillano e hijo, a su vez, de otro sevillano que se convirtió al islam en los años 70:
“Los musulmanes españoles huimos del dogmatismo de quienes nacieron y se educaron en regímenes dogmáticos; el islam que se practique en España no debe incorporar elementos culturales del Magreb o Pakistán”, concluye Gómez, advirtiendo de los peligros de determinadas sectas salafistas implantadas ya en las mezquitas de muchas ciudades españolas.
El primer problema de los musulmanes para elegir mezquita y madrasa a la que llevar a sus hijos es que todas ellas se declaran moderadas y pacíficas. Incluso las ultraortodoxas esconden su doctrina y muestran su mejor sonrisa cuando despachan con medios de comunicación, instituciones públicas o cuerpos policiales. La mayoría de los dos millones de musulmanes que viven en España frecuentan mezquitas de fuerte carácter magrebí.
A su vez proliferan ya en toda España mezquitas financiadas por países del Golfo o adheridas a sectas transnacionales que promueven una versión del islam fundamentalista e intolerante. Hermanos Musulmanes y Arabia Saudí financian varias comunidades en Barcelona, Madrid y otras provincias.
La organización Justicia y Caridad, ilegal en Marruecos, también controla una veintena de lugares de culto en el Levante español y Andalucía. El Tabligh, con raíces en Pakistán, se introduce velozmente ya en un centenar de mezquitas españolas. Aproximadamente 150 mezquitas, de las 1.500 abiertas en España, están bajo estricta vigilancia policial. Los discursos de odio hacia la mujer, el apoyo velado al Estado Islámico, la promoción de la supremacía islámica y el integrismo coránico son los principales elementos de la narrativa radical que delatan a estas comunidades.
El musulmán cultural
Musulmán cultural es la denominación académica para aquellos que cumplen solo con algunas de las prácticas religiosas islámicas tradicionales y, además, lo hacen movidos por razones culturales, étnicas o folclóricas: ayunan en ramadán, cubren las cabezas femeninas con un hiyab y circuncidan a sus hijos, pero ni rezan cinco veces al día ni se preocupan de estrechar su relación espiritual con Dios. Estas comunidades son especialmente permeables a las corrientes salafíes y wahabíes, que se extienden gracias a su incontestable poder de financiación y a sus muchos canales de TV vía parabólica.
Es precisamente esta ultraortodoxia la que está haciendo reaccionar, en el seno de las comunidades islámicas, a los musulmanes verdaderamente pacíficos y tolerantes, sobre todo a aquellos ya nacidos o formados en España y expuestos desde la infancia a la pluralidad y el librepensamiento. Estos “moderados” en Sevilla, Ceuta, Algeciras o Málaga se enfrentan ya abiertamente a los fundamentalistas abriendo mezquitas e intentando atraer a sus escuelas de islam a las familias del barrio. Sin embargo, sin financiación exterior, ya han tenido que cerrar algunos oratorios por no poder pagar el alquiler: el de la Mezquita Ishbilia de Sevilla es quizá uno de los mejores ejemplos.