El trabajo de los 18 maestros del Colegio Virgen del Rosario de Roquetas de Mar puede ser bastante mayor que el de cualquier otro centro de la provincia o de Andalucía, pero paradójicamente la mayoría de los docentes que llegan no quieren marcharse.
Podrían darse muchas explicaciones, pero la mejor es una imagen que se repite a diario: los profesores, en las aulas o por los pasillos, no dejan de recibir abrazos y gestos de cariño de sus alumnos, especialmente de los más pequeños, de tres o cuatro años.
“¿Ve ahora por qué no queremos irnos de aquí?”, dice José Manuel Andrés Ortega, maestro de educación física y director del centro, rodeado de un grupo de pequeños de cuatro años que se lanzan hacia él para abrazarle. Es un cariño que se retroalimenta, como dicen los docentes, porque los pequeños agradecen con sus gestos el trabajo, la ayuda y la dedicación de sus profesores.
El Virgen del Rosario es uno de los colegios almerienses -hay otros en el Poniente y en la comarca de Níjar- donde la presencia de alumnos de padres españoles es prácticamente testimonial: son solo cinco, la mayoría de etnia gitana, de un total de 264. Es decir, que su presencia no llega ni al dos por ciento. Nada que ver con los años en que fue inaugurado, en los primeros 80 del pasado siglo, cuando la situación era la inversa y prácticamente el 100% de los estudiantes eran españoles. El centro llegó a tener más de 700 alumnos, pero muchos de ellos se repartieron entre otros dos centros, Las Salinas y La Romanilla.
El Virgen del Rosario quedó con una sola línea, en la que estudian los niños del barrio de las 200 Viviendas, uno de los más pobres de la ciudad y en el que vive una mayoría de población marroquí, una colonia también amplia procedente del África subsahariana y otra de Europa del Este, sobre todo de Rumanía.
20 nacionalidades
Estas son también, por tanto, las procedencias de los alumnos del centro, aunque también hay algunos alumnos sudamericanos, de Venezuela y Bolivia. Pero a pesar de que en el centro conviven estudiantes de más de 20 nacionalidades, “es un ejemplo de convivencia”, destacan los docentes.
Y sobre todo, los profesores tratan de evitar que sobre sus alumnos caiga cualquier estigma de pertenencia a una especie de gueto: “Intentamos evitar al máximo cualquier discriminación social que puedan sentir, como lo de ser legales o ilegales, porque los niños no tienen culpa. Yo hago todo lo posible para educarles en la idea de que todos somos iguales, porque así me lo enseñaron mis padres”, dice el director, expresando la filosofía de sus compañeros.
Triple trabajo
“Nuestro trabajo es el triple que en cualquier otro colegio por varios motivos, sobre todo por el desconocimiento del español por muchos de los alumnos, pero también por el hecho de que en el barrio hay una alta tasa de población flotante y por tanto una elevada movilidad, de alumnos que van y vienen en función de las campañas agrícolas o de otras razones, con los que muchos estudiantes entran y salen a lo largo del tiempo», dice Andrés.
Como muestra, apunta que desde el inicio del curso el pasado septiembre, en Roquetas se han recibido casi 200 nuevas solicitudes de matrículas, de familias que han llegado a la ciudad en los últimos meses.
Por otro lado, el director también destaca que las diferentes religiones de las familias les obliga «a tener que organizar hasta cuatro grupos diferentes -para religión islámica, evangelista, católica y otra aula de valores sociales y cívicos para los que no quieren dar esta materia”, expone.
Pero el gran problema es, sin duda, el idioma. Aunque muchos de los alumnos han nacido en España, especialmente los marroquíes siguen hablando en sus casas y en su barrio el idioma de sus padres, y ven la tele de sus países de origen. Por tanto solo empiezan a hablar español cuando son escolarizados y lo dominan a partir del segundo o tercer curso en el centro. A ellos se añaden los que cada año llegan de otros países sin hablar una palabra de español.
Adaptación
Aunque existen aulas temporales de adaptación lingüística, el problema del idioma hace que, de inicio, el centro se vea obligado a reducir contenidos didácticos porque es imposible completar el programa. “Todo lo que aprenden es en el colegio”, dice Raquel Sola, maestra de Infantil, quien reconoce que “al principio es difícil trabajar aquí, pero cuando te adaptas no te quieres ir”.
Otra circunstancia que afecta al colegio es la falta de documentación de muchas de las familias, que viven en situación irregular. Para empezar, esto hace que el centro no pueda tener comedor, puesto que los padres sin papeles no pueden justificar documentalmente que no tienen ingresos suficientes para pedir ayudas, con lo que tendrían que pagar el máximo estipulado.
Familias sin recursos
La falta de recursos de las familias es otra de las circunstancias que hace más especial el trabajo de los maestros, que llegan a sentir que realizan una función más social que educativa. Aunque cada vez son menos los niños de familias en pobreza extrema, con problemas para garantizar una correcta alimentación o vestido, los profesores se unen a la Cruz Roja y los servicios sociales para ayudar a sus alumnos, y no son extraños los casos en los que les compran calzado o ropa de su bolsillo.
“Las familias son nuestros padres de hace 50 años, solo vienen para algo importante”, dice Andrés. Esto hace complicado mantener una relación con ellos, y cuando se programan reuniones online, por ejemplo, “de 25 padres se conectan dos o tres”, explica el director del centro.