El mes de Ramadán se asocia tradicionalmente con las visitas frecuentes a la mezquita, los encuentros familiares tras el ocaso para romper el ayuno y las reuniones nocturnas en las que celebrar el mes sagrado. Sin embargo, este año «walo walo», que en árabe quiere decir «nada de nada». El pasado viernes 24 de marzo, los cerca de 3.000 musulmanes de Vigo y su área metropolitana comenzaron la celebración envueltos en unas circunstancias excepcionales, motivadas por el confinamiento obligado de la Covid-19.
Durante los treinta días que dura el Ramadán, sus practicantes no deben comer ni beber durante las horas en las que brilla el sol. Únicamente está permitido enjuagarse la boca, con el fin de mantener una higiene apropiada. «Al no estar trabajando se lleva mucho mejor», alega Abdel Uzairi, portavoz del Centro Cultural Islámico de Vigo. Es originario de Mequinez, una ciudad a cincuenta kilómetros de Fez, la capital del Islam en Marruecos. A sus 35 años, es la primera vez en su vida en la que vive un mes de Ramadán como el actual. Abdel es comerciante y, por motivos obvios, durante estos días no ha trabajado. Agradece, en cierto modo, el excedente de tiempo del que dispone para enseñar a sus hijos sobre la importancia de este mes sagrado. «El objetivo de este mes de sacrificios es ser mejores seres humanos y acercarnos a Dios. Es un mes de reflexión e inventario personal», explica.
Para Nawal Larjani, las circunstancias son diferentes. Es técnica de Radiología en el Hospital Álvaro Cunqueiro y este año no ha podido hacer coincidir sus vacaciones con el mes de Ramadán. Como sanitaria, debe hacer frente a la sobrecarga de trabajo que ha inundado a los centros hospitales. Nawal está acostumbrada a llevar bien el ayuno de este mes, pero la tensión de verse sometida a posibles contagios, o incluso de exponer a su familia, admite que le pasa factura. “Estar todo el día durmiendo no tiene el mismo beneficio que practicar Ramadán en circunstancias normales”, explica.
Youssef Fathallah también continúa su habitual rutina de trabajo. Es ingeniero informático en el Centro Tecnológico de la Automoción de Galicia (CTAG). «Trabajo con hardware que tengo que manipular manualmente y no puedo llevarlo a casa», explica. El joven, sin embargo, agradece mantener sus obligaciones laborales durante el mes de Ramadán. «Me entretiene y no pienso en el ayuno continuamente», añade.Como cuarto pilar fundamental del Islam, el Ramadán propone un énfasis especial en la beneficencia. En este sentido, el Centro Cultural Islámico, que se encuentra en la zona de la Travesía de Vigo, lleva doce años convocando el comedor social de Ramadán, que sirve más de diez mil platos de comida durante estos días. Las circunstancias actuales no permitieron celebrar la decimotercera edición de este comedor.
Cajas de alimentos
La alternativa surgió a modo de Glovo. «Desde el centro hemos repartido a domicilio cajas de alimentos para las familias más necesitadas del barrio, incluso para alguna no musulmana», cuenta Abdel. Junto al arroz, el azúcar, el tomate frito y los postres árabes, «en los lotes reinan los dátiles, que en árabe se llaman tmar», añade el portavoz. Estos frutos son parte de la cultura musulmana y su consumo, frecuente durante el Ramadán como forma de romper el ayuno, se asocia u alto nivel de glucosa y su fácil digestión.
La familia de Nawal está repartida entre Vigo y Pontevedra. Acostumbraban juntarse en estos días señalados para desearse felices fiestas, rezar y disfrutar de las comidas propias de la época. La imposibilidad de encontrarse durante estos días es su mayor melancolía, «además de las mezquitas», apunta la marroquí. Desde la declaración del estado de alarma, estos centros de culto permanecen cerrados. «Aunque no es lo mismo, hemos habilitado el salón con una alfombra grande sobre la que rezar», añade. En este sentido, el CCI de Vigo, en un intento de interconectar a la comunidad musulmana de la ciudad, emite los sermones del viernes a través de Facebook Live y de Youtube, así como los rezos de las noches de Ramadán.