Ahmed Zarrouk y su mujer María Eugenia Bermúdez dirigen un comedor social que sirve comidas cada día a más de 80 personas sin hogar. Ellos son musulmanes: él de Túnez, ella de Sevilla; los usuarios, en su mayoría, españoles. Situado en un pequeño recinto de la calle Ginés García Esquitino de Elche, aquí la caridad no parece distinguir entre religiones y la solidaridad se ha convertido en el mejor antídoto contra el racismo.
La persiana de este comedor, conocido con el nombre de la comunidad islámica que está detrás, Al Taufik -en árabe, puerta abierta-, está levantada desde hace once años, o lo que es lo mismo, desde que la crisis económica hizo más mella. Desde entonces, tratan de dar respuesta a una emergencia social que con los años no ha dejado de arrastrar a más gente. Entre semana han pasado de acoger de medio centenar de personas a más de 80, y los fines de semana suelen superar las cien.
«Ojalá llegue el día en el que no encuentre a nadie en la puerta; sería buena señal, de que todo va mejor», reclama este tunecino de 67 años. «Lo peor es que cada vez aparecen más mujeres con niños y es algo a lo que no te terminas de acostumbrar», se lamenta. «Aquí hay más españoles que de otras partes», explica Servando González, voluntario que lleva acudiendo todos los domingos -desde Alicante, a 20 kilómetros-. «No solo no hemos salido de la crisis, sino que va a más, ya que cada vez viene más gente y con más hambre», asegura este miembro de Rotary Illice, organización encargada de cocinar una paella gigante una vez a la semana. «Creo que no nos espera un 2020 muy bueno», vaticina.
Para entender el origen del comedor islámico de Elche hay que adentrarse en el matrimonio que lo ha originado. Ahmed, de 67 años, vino a España tras recalar en París en su adolescencia. Conoció en Sevilla a María Eugenia, de 60, quien se acabó convirtiendo al islam. Con los años han hecho de la solidaridad su motor de vida. «Yo no puedo estar en mi casa tranquilo sabiendo que hay gente que no tiene nada para comer», apunta este propietario de dos peluquerías. «Para mí es un deber ayudar».
Tras casarse, se mudaron en 1980 al barrio ilicitano de Carrús cuando era sinónimo de inmigración interior, es decir, de españoles llegados desde Andalucía y Castilla-La Mancha, principalmente, para trabajar en el sector del calzado, en auge en aquel entonces. Con los años, Carrús se ha convertido en el barrio más poblado de Elche, con personas inmigrantes procedentes de Sudamérica o África y, desde hace un año, con una pesada etiqueta: la de ser el más pobre de España entre los municipios de más de 200.000 habitantes, según un polémico informe de la Agencia Tributaria cuestionado por el gobierno local por basarse en el código postal cuando en Elche existen barrios dispares que comparten numeración.
En Carrús, donde es encuentra el comedor social, esta pareja comenzó a alimentar a personas pobres en el año 2000 de forma «muy básica». Todos los sábados Ahmed compraba entre 25 y 30 kilos de carne, María Eugenia lo guisaba en casa y, de nuevo, Ahmed lo repartía entre la gente que dormía en la calle. «Pero era solo los sábados porque entre semana trabajábamos y no podíamos dedicarle tiempo», explican.
En 2006, hicieron de su casa una vivienda de acogida. Durante tres años daban desayunos, comidas y cenas a grupos de seis personas. «La idea de montar el comedor social surge cuando me doy cuenta de que hay más gente pidiendo ayuda de la que cabe en el piso», señala este matrimonio con dos hijos y cinco nietos.
Ahora, avisan de que están asfixiados económicamente. «Estoy poniendo dinero de mi bolsillo desde que abrimos», reconoce Ahmed. Desde hace cinco años, reciben una aportación del Ayuntamiento cuya partida se ha visto incrementada de 32.000 a 35.000 euros anuales en el último año. Junto con esta ayuda, también se nutren de las aportaciones materiales de grandes supermercados y asociaciones sin ánimo de lucro como Conciénciate, que este domingo tiene previsto hacerles entrega de parte de los alimentos recogidos días antes.
Amalgama de culturas
Además del grueso de españoles, a este comedor social, también acuden con frecuencia sudamericanos, subsaharianos, rumanos, marroquís, argelinos, varias inglesas y una china, entre otras nacionalidades. «La gente tiene que saber que no son los inmigrantes los que más ayuda necesitan, los españoles también lo están pasando mal», prosigue Ahmed. Desde la crisis, la mayoría de los que vienen aquí son gente trabajadora que ha perdido el empleo y la casa y se han visto obligados a venir a este comedor», insiste.
Así nos encontramos con José Francisco Sempere, ilicitano asiduo desde marzo del año pasado. «Nunca antes había pisado uno», confiesa, mientras apura el plato. Su historia hacia el abismo es como la de tantos otros. Casado, con una hija, se dedicó al sector hostelero durante 25 años -de hecho, asegura que se ha encontrado como usuario con uno de sus jefes en este comedor- hasta que todo se vino abajo.
Se había «reinventado» en el sector de la atención sociosanitaria hasta que, paradojas de la vida, empezó a tener problemas de salud. «Me operaron de la vesícula y me fui quedando sin clientes porque no los podía visitar y de repente me vi que tenía que comer». Después se le juntó todo hasta acabar en la calle. En la actualidad echa una mano como voluntario en una asociación de alcohólicos anónimos mientras confía en doblegar su mala suerte:
-¿Qué le parece que el comedor esté regentado por una pareja árabe?
-Reconozco que al principio me chocaba y, ¿sabes qué? Me han hablado de otros comedores, pero aquí, con María y Ahmed, me siento cómodo.
-¿Le ha cambiado su percepción de la cultura islámica?
-Sí, al principio tenía esa percepción de que vienen aquí a imponernos sus costumbres. Pero no es así, quieren que les dejemos que tengan sus costumbres, que creo que no es nada extraño. Pero hasta que no he venido aquí no me he dado cuenta.