Este martes 7 de mayo comenzó en la Ciudad el mes sagrado de Ramadán para miles de melillenses de confesión musulmana. El rezo de la mañana servirá para hacer llegar a los musulmanes el mensaje del sacrificio para la propia purificación y la solidaridad hacia los más necesitados. De sol a sol no se podrá comer, beber, fumar, ni practicar relaciones sexuales. Melilla, ciudad multicultural y con un número importante de habitantes de confesión musulmana, vive intensamente las jornadas de Ramadán, que afecta de lleno, en mayor o en menor medida, a toda la población.
Se trata de uno de los cinco pilares del Islam. El Corán exige a los fieles un período de sacrificio para la propia purificación personal, sin olvidar los deberes solidarios hacia quienes pasan necesidades.
En Melilla, el Ramadán se vive en mayúsculas. No en vano, cerca de la mitad del censo oficial es de origen musulmán y la sociedad melillense es partícipe del mes de oración. Todos los partidos políticos y diferentes instituciones sociales hacen llegar a los musulmanes melillenses sus mejores deseos para este especial tramo espiritual.
La Ciudad cambia durante el mes de ayuno. Distintas zonas de Melilla han sido especialmente iluminadas para este período. El Rastro acogerá durante estos treinta días un pequeño mercado en el que se venden los productos que suelen consumir durante el Ramadán: los dulces denominados «chubarquía», dátiles y pan artesanal.
También la fruta es otro de los artículos más demandados durante este período. Pero si hay un plato especial durante el Ramadán, ese es la harera. Se trata de una especie de sopa especialmente elaborada que es consumida a diario por los musulmanes como primer plato para la ruptura del ayuno.
Las cafeterías y teterías también toman un protagonismo especial. Durante todas las noches éstas suelen llenarse, principalmente de varones, para pasar el tiempo practicando diversos juegos de mesa. El consumo de helados, y más celebrándose el Ramadán en pleno mayo y junio, también se dispara, en unas jornadas de ayuno más largas de lo habitual, por la tardanza en caer el sol.