Hace ocho años, pocas personas, especialmente entre los altos dignatarios musulmanes de Nevada, habrían contado con la capacidad de una viuda anciana, que hablaba inglés con un fuerte acento pakistaní, para cumplir la misión suprema que antes de dejar este mundo tenía. Se propuso la tarea de erigir una suntuosa mezquita, como signo de su infinita devoción y gratitud a Dios, el Más Misericordioso.
Pocas personas habían detectado el alma de un constructor que yacía dormida en Sharaf Haseebullah, de 74 años, y que eran conscientes de la importancia que, a sus ojos, tenía la finalización de este gran proyecto. Un proyecto ambicioso y altamente simbólico, que ella consideraba como la hermosa culminación de una vida discurrida bajo los mejores auspicios.
Fue en Las Vegas, adonde llegó con su difunto marido en 1975, donde esta ex farmacéutica demostró que ella también tenía madera de gestora de proyectos y la generosidad del más generoso de los mecenas.
Cabe destacar que antes de emigrar a EEUU, Sharaf Haseebullah fue una de las primeras mujeres en graduarse entre las mejores de su promoción en la Universidad de Karachi, lo que le valió el honor de ser homenajeada por las autoridades de su país, Pakistán.
Al final de una vida ocupada, a esta rica viuda, que construyó con su marido un pequeño imperio formado por varias farmacias y bienes inmuebles, sólo le quedaba un desafío que afrontar, o más bien un último deseo que cumplir: ofrecer a los musulmanes de Las Vegas una mezquita digna de ese nombre, bañada en luz.
Así fue como en 2016, al final de un largo período de gestación de 8 años, se levantó del suelo la magnífica mezquita Masjid Ibrahim. Se instaló en el terreno ocupado desde 1997 por un improvisado lugar de culto, gracias a la importante donación de 3 millones de dólares concedida por una mujer excepcional, que dejará su huella en la piedra pero también en la historia, como la primera mujer que construyó y financió una mezquita en América del Norte.
“Esta mezquita no es para mi familia. Fue construida para Dios”, insiste la muy piadosa Sharaf Haseebullah, contemplando con emoción renovada cada vez esta Casa de Dios como ninguna otra, diseñada como el refugio más seguro y con más recursos.
“Solo me tengo a mí y a mi Corán. Así que no sé cómo sucedió, pero se construyó esta mezquita. Cuando Dios te ayuda, siempre ganas”, le gusta decir con la humildad que la caracteriza, sin detenerse jamás en los esfuerzos que hizo y los obstáculos que superó para hacer realidad un día su dulce sueño.
Está encantada de haber logrado desafiar el escepticismo ambiental para resaltar mejor su “confianza inquebrantable en Dios”. “Todo el mundo me decía que sería demasiado difícil y que mi proyecto estaba condenado al fracaso. Pero Dios me ayudó en todo y en cada momento”, subrayó, añadiendo: “Estoy muy feliz de que el Corán se enseñe y se recite en esta hermosa Casa de Dios”.
Cada viernes, más de 300 fieles se reúnen durante la oración colectiva dirigida por el imam local, Shamsuddin Waheed. Este último elogia a la mujer que lo eligió para oficiar en su mezquita. “Sharaf Haseebullah es una persona humilde y extremadamente amable. Es muy querida por los musulmanes locales. Se la considera una gran anciana a la que uno puede acudir en busca de consejo o incluso ayuda. Ella responde con gusto a todas las solicitudes, siempre con una sonrisa y mostrando atención y compasión”.
El único momento en el que Sharaf Haseebullah se deja invadir por un sentimiento de orgullo es cuando señala la calidad de los azulejos que embellecen la sala de abluciones, la magnífica caligrafía que adorna el frente de las opulentas puertas y el juego de luces que resalta la cúpula de la mezquita.
“¡Es Las Vegas! “, exclama riendo, mientras recibe con los brazos abiertos a los visitantes cristianos. “Todos son bienvenidos en la Masjid Ibrahim”, dice, revelando que su mayor felicidad es presentar al mayor número posible de personas la mezquita que tanto ama.
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