La agricultura de Marruecos ha dependido en los últimos años del riego y de los cultivos fuera de temporada. Una estrategia exitosa económicamente, pero que gasta mucha agua en un país que sufre sequías.
Exportando sus tomates, sandías, fresas o naranjas, Marruecos vende el agua que le falta. En un país que enfrenta una severa sequía, este grito de alarma es cada vez más insistente. Proviene de científicos, activistas medioambientales y asociaciones, que advierten sobre las consecuencias de una agricultura intensiva en agua y volcada, en su mayor parte, hacia la exportación más que hacia el autoabastecimiento.
En este país norteafricano sujeto a repetidas sequías, la situación es alarmante. El jueves 6 de octubre, la tasa de llenado promedio de las presas fue solo del 24%. “Los agricultores están cavando pozos cada vez más profundos para encontrar agua. Todos los acuíferos subterráneos están sobreexplotados; algunos están totalmente agotados en algunos lugares”, se preocupa Fouad Amraoui, profesor de ciencias del agua en la Universidad Hassan II de Casablanca. La falta de agua amenaza incluso el suministro de pueblos y ciudades, lo que lleva a algunos municipios a restringir el flujo de agua potable o a introducir cortes diarios.
A estas vulnerabilidades se suma un problema de seguridad alimentaria. En efecto, “Marruecos ha favorecido los cultivos de exportación en detrimento de los cultivos alimentarios, aquellos destinados a satisfacer las necesidades de la población, como cereales, azúcar y aceites de semillas, según explica el economista Naiib Akesbi. Como resultado, Marruecos importa el 100% de sus necesidades de maíz, el 98% de los aceites de semillas y más de la mitad de trigo y azúcar. Se encuentra en una situación que nunca conoció. Y cuyas consecuencias se vinculan ahora al repunte de los precios mundiales de los alimentos que importa.